D E S P E D I D A:
Nunca me imaginé que 50 años después de que saliera a la luz pública la primera columna periodística de este emborronador de cuartillas, que por cierto titulé Mi columna en el vespertino Avante que se editaba en esta ciudad capital, llegaría el momento de decir adiós a esta actividad cotidiana de comunicación, mediante la que busqué, por encima de todo, defender lo que yo considero es mi verdad y, sobre todo, mantenerla ajena a ideologías políticas o a componendas económicas con actores políticos.
Lo había pensado durante varios días y dudaba en tener que escribir la última columna de este tipo, pero decidí hacerlo al aprovechar la circunstancia de que este día 7 de diciembre mi madre estaría cumpliendo un año más de vida y como un póstumo homenaje al ser que me dio la vida y quien fue un ejemplo de tenacidad, solidaridad, bonhomía, comprensión, afecto y, sobre todo, de amor hacia nuestra familia.
Sus casi 95 años de fructífera existencia, fueron como una especie de faro que nos guiaba en las aguas procelosas de la existencia humana y nos daban fuerzas para enfrentar las adversidades de la vida. Hasta allá donde hoy descansa el sueño eterno, va mi mensaje de amor y de reconocimiento perenne a ese gran ser humano que fue mi madre.
Me hice a la idea de no extenderme demasiado en esta especie de despedida -seguiré haciendo comentarios en redes sociales y, en algún caso reportajes o entrevistas especiales, desde luego, para no enfadar a las lectoras y lectores que han sido fieles a este espacio desde hace muchos años y para quienes, en fechas más recientes, me favorecían con la lectura de mis comentarios, pero ya no en este formato.
Tampoco, vislumbré alguna vez, que llegaría el momento en que quienes ejercemos el periodismo, tendríamos tanta competencia, pues hoy con las redes sociales hay millones de colegas que escriben y toman fotos en todo momento y, por si fuera poco, otra competencia que es tremenda y contra la que tenemos muy pocas posibilidades de superar: la inteligencia artificial. Son otros tiempos y uno tiene que adaptarse, o como dicen los clérigos, “renovarse o morir”. Lo bueno es que yo ya estoy de otro lado de la orilla.
Eso, por un lado, por el otro, obligan a tomar esta decisión, los achaques propios de la edad pues ya ando en el umbral de las 7 décadas de vida y esta le empieza a uno a cobrar la factura. Precisamente para evitar las preocupaciones, los corajes y el estrés, que enferman, decidí hacer caso a uno de los consejos del decálogo para que los adultos mayores vivan felices y que publiqué en este espacio hace unos días, de que, para evitar esas emociones, es preferible no leer, ver ni escuchar noticias y eso estoy haciendo, gradualmente. ¡Y miren quién lo dice!
En cuanto a la última columna, imagínense ustedes lo que significaría el espacio necesario para abordar la narrativa de la trayectoria de este humilde servidor durante 50 años en el periodismo, tiempo en el que no ha sido nada fácil mantener la independencia de criterio y, al mismo tiempo, alejado de las tentaciones monetarias que en el mundo de la política son muy comunes en la relación de quienes la practican con quienes ejercemos este oficio que alguna vez fue considerado oficio de perros y que ahora ya es una profesión.
No hay un solo político o mujer relacionada con la política que pueda señalarme con el dedo flamígero de que intenté alguna vez sobornarla, amenazarla o exigirle una remuneración económica a cambio de mi silencio. Es cierto, muchos políticos y algunas mujeres políticas que he conocido ya han pasado a mejor vida y no podrían dar testimonio a favor o en contra de lo que afirmo, pero tampoco, los de las nuevas generaciones de la política podrán señalarme como un periodista ambicioso y afecto al dinero sucio y siempre que establecí algún convenio de publicidad con las áreas de prensa de los tres niveles de Gobierno, lo hice con el subrayado de que se pagaba espacio, más no criterio, lo que llegó a provocarme serios problemas en más de una ocasión con los gobernantes, estatal y municipales, en turno, pero siempre logré salir incólume de esos desafíos.
También, ejercí en diferentes periodos de mi existencia, funciones como servidor público en el ámbito estatal y municipal, en tareas relacionadas con mi oficio y jamás cometí algún ilícito ni con los bienes ni con el dinero que estuvo bajo mi custodia. Siempre practiqué la rendición de cuentas de manera oportuna cuando era necesario y cumplí, cabalmente, con mi responsabilidad oficial, siempre con lealtad al cargo público. No hay un solo centavo mal habido en mi patrimonio familiar que proviniera de una acción indebida, punible.
Bien, les pido me disculpen porque dije que no era mi intención extenderme demasiado esta ocasión y me doy cuenta de que ya rompí ese compromiso, pero es que, insisto, hay mucho de qué hablar y, tal vez, tenga la oportunidad de hacerlo en algún libro o una serie de episodios en redes sociales en un futuro no lejano. Por lo pronto, les digo adiós, pero continuaré vigente como un obrero del periodismo, hasta que las fuerzas me lo permitan.
Fraternalmente…