Los supermercados están al borde de una transformación que podría alterar radicalmente nuestra forma de comprar y, como en la gran mayoría de los casos, los agoreros que están en contra de la tecnología culpan a esta de los probables efectos.
Recientemente, Walmart ha comenzado a probar etiquetas electrónicas en sus estantes que, a su vez, están conectadas a una red nacional en Estados Unidos, permitiendo cambios de precios en tiempo real. A pesar de que este proyecto se encuentra en fase experimental, su implementación podría desencadenar una crisis en el sistema de consumo y marcar un sombrío punto de inflexión en la historia del capitalismo.
La capacidad de ajustar los precios cada pocos segundos puede parecer una maravilla de la ingeniería y la eficiencia. Sin embargo, detrás de esta capacidad se esconden implicaciones perturbadoras que amenazan con desestabilizar la economía de consumo.
Imaginemos un escenario donde, en periodos de lluvias históricas en México, los precios de los impermeables y botas de lluvia se disparen. Esta capacidad de actualizar los precios en tiempo real podría convertir la experiencia de compra en una especie de juego de azar, minando la predictibilidad y la seguridad que los consumidores esperan.
Las etiquetas electrónicas permitirán a estas cadenas modificar los precios en función de diversas variables, desde el clima hasta la proximidad de la fecha de caducidad de los productos, dando pie a justificaciones como “la optimización de los productos”, cuando en realidad lo que se busca es la maximización de la ganancia al coste que sea.
Cadenas como Walmart y Whole Foods (propiedad de Amazon, por cierto) están explorando esta tecnología, y aunque su adopción completa aún no está garantizada, todo indica que pronto será una práctica común, poniendo en peligro la estabilidad del mercado.
Aunque parezca que suena el himno de la URSS mientras me lees, no nos engañemos: el objetivo primordial del capitalismo siempre ha sido maximizar los beneficios, y la tecnología ha sido una herramienta vital en este proceso. En este caso específico, las etiquetas electrónicas no son una excepción, ya que, en una lógica demasiado ortodoxa, estas etiquetas no solo permiten una gestión más eficiente de los precios, sino que también reducen los costos laborales, ya que se requiere menos personal para cambiar etiquetas manualmente.
Santiago Gallino, experto en gestión minorista de la Universidad de Pensilvania, declaró en una entrevista para el medio estadounidense NPR que este ahorro en costos laborales es una de las principales razones para adoptar esta tecnología. Sin embargo, la motivación detrás de esta implementación no es solo la búsqueda del avance tecnológico, sino la implacable búsqueda de maximizar los beneficios a cualquier costo.
La capacidad de ajustar los precios con tanta rapidez plantea graves preocupaciones sobre la equidad y la transparencia en el mercado. La ya presente volatilidad de los precios puede confundir y frustrar a los consumidores, generando desconfianza y resentimiento. Aunque algunos, como Gallino, sugieren que las empresas no abusarán de esta capacidad por temor a alienar a sus clientes, la tentación de maximizar los beneficios siempre estará latente.
En un entorno donde la lealtad del cliente se mide en clics y no en visitas físicas, el riesgo de una mala percepción pública podría ser menos significativo de lo que parece, fomentando prácticas empresariales cada vez más agresivas y deshonestas.
Siendo más optimistas, es necesario reconocer que las etiquetas electrónicas pueden ofrecer información detallada sobre los productos, como su origen, contenido nutricional y compatibilidad con diversas dietas, lo que, en teoría, permitiría empoderar a los consumidores, promoviendo así un entorno de compra más transparente y educado.
A pesar de estas bondades, han surgido más defectos, ya que la constante vigilancia y recopilación de datos sobre los hábitos de compra de los consumidores pueden ser utilizados para desarrollar estrategias de marketing más sofisticadas y manipuladoras de lo que ya son. Esto nos llevaría a un punto de intrusión alarmante que nos obligaría a plantear serias preguntas sobre la privacidad y la manipulación del consumidor.
El paso hacia un modelo de precios dinámicos y etiquetado electrónico en los supermercados refleja un cambio más amplio y siniestro en el capitalismo moderno, donde la tecnología no solo optimiza procesos, sino que redefine las reglas del juego en favor de los poderosos. Hoy estamos más cerca de un mundo cada vez más surrealista y distópico, casi sacado de una novela cyberpunk, donde la realidad cotidiana se entrelaza con algoritmos y actualizaciones en tiempo real, poniendo en riesgo la estabilidad y la equidad del mercado.
La pregunta no es si esta tecnología llegará, porque lo hará, sino ¿cómo afectará nuestras vidas cuando lo haga? ¿Estaremos preparados para un futuro donde cada visita al supermercado se convierta en una negociación constante con un sistema automatizado y despiadado? ¿Cómo cambiará esto nuestra percepción del valor y la justicia en el mercado?
La promesa de un futuro más eficiente, tecnológico y digital no debe ser una excusa para una explotación más sutil y despiadada de los consumidores.
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