En ocasiones, la sabiduría popular se convierte en un tesoro olvidado, sepultado bajo capas de modernidad y sofisticación. Nos encontramos inmersos en un espiral de rutinas y cotidianeidad, donde algunos valores parecen desvanecerse en medio del bullicio cotidiano. Sin embargo, es precisamente en esos momentos de desolación, cuando la voz de nuestra experiencia colectiva emerge, de forma silenciosa y contundente, como un faro luminoso, invitándonos a reflexionar sobre nuestras raíces y a reencontrar el sentido perdido.
Como viajero asiduo del transporte público en la zona conurbada de la capital de mi estado, he sido testigo de las múltiples historias que se entrelazan en cada trayecto. Desde dramas intensos que parecen extraídos de las tragedias griegas hasta pequeños destellos de esperanza que desafían las circunstancias adversas, cada experiencia en esos recorridos se convierte en una ventana hacia el alma y el espíritu de nuestra sociedad.
En alguno de esos viajes, mientras me desplazaba, usualmente dedico mi atención a trazar las notas que darán vida a esta columna semanal. Sin embargo, justo en uno de esos trayectos rutinarios una chispa de inspiración iluminó mi camino. Dos conductores de transporte urbano, intercambiando palabras en medio del caos del tráfico, entablaron una breve pero significativa conversación: “¿Qué pasó, amigo? ¿Cómo andamos? ¿Todo bien? Qué bueno”, seguido de una frase que resonó en mi interior y dejó su huella en el presente texto: “No hay de otra, hay que darle”.
Esta frase, aparentemente simple, encapsula en sí misma el espíritu resiliente y la determinación que nos caracteriza como oaxaqueños y mexicanos. En momentos de incertidumbre y adversidad, cuando todo parece desmoronarse a nuestro alrededor, somos capaces de reunir nuestras fuerzas y enfrentar los retos con coraje y perseverancia, desde un desastre natural, hasta el combate contra aquel monstruo idílico llamado “rutina”.
Dicha frase es un llamado a no rendirse, a seguir adelante sin importar los obstáculos que se presenten en nuestro camino, todo con una sonrisa dibujada.
Desde las profundidades de nuestra historia, emana un linaje de lucha y superación que ha forjado nuestro ADN como pueblo. Somos herederos de una tradición de resistencia (en todas sus acepciones) ante las adversidades, de encontrar luz en las tinieblas más densas. Ante la incertidumbre hoy es fundamental aferrarnos a esa esencia, a la certeza de que, a pesar de las dificultades, siempre habrá una manera de seguir adelante.
La frase “No hay de otra, hay que darle” se convierte así en una guía para encarar los desafíos con entereza y mantener la fe en un futuro mejor.
En un mundo en constante cambio, donde la incertidumbre acecha en cada esquina y las turbulencias amenazan con desestabilizarnos, es fundamental mantener vivo el espíritu de resiliencia que nos define. La frase que ha sido mi inspiración en este viaje no es solo un recordatorio para nosotros como individuos, sino también como sociedad. Nos invita a no perder de vista nuestra esencia, a cultivar la empatía y la solidaridad en tiempos de crisis, a tender la mano a aquellos que más lo necesitan y a encontrar la fuerza necesaria para superar cualquier adversidad.
La frase “No hay de otra, hay que darle” es una invitación a abrazar la resiliencia, a encontrar en nosotros mismos la determinación para enfrentar los desafíos y a iluminar el camino con la esperanza de un futuro más próspero. En cada rincón de nuestro ser late el legado de aquellos que nos precedieron, y es nuestra responsabilidad honrarlo, construyendo un mundo más justo y resiliente para las generaciones venideras.
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