Llegó diciembre y se instauró la ansiedad ante el Spotify Wrapped, ese ritual digital que, año tras año, inunda las redes sociales con capturas de pantalla coloridas y gráficas personalizadas que gritan al mundo nuestro “buen gusto” musical. Desde su lanzamiento en 2016, se ha convertido en una especie de fiesta global de vanidad sonora, una tradición en la que presumimos nuestras listas y celebramos el (supuesto) reflejo de nuestra personalidad a través de la música que consumimos.
Este año, al revisar mi Wrapped, me encontré con algo desconcertante, por un lado la disminución considerable de consumo de música mediante plataformas de streaming y que por primera vez, no había ni un solo artista independiente oaxaqueño en mi lista. Para alguien que dedica buena parte de su vida a promover y divulgar el trabajo de músicos emergentes, especialmente de Oaxaca, esto fue un golpe que me dejó pensando.
¿Será acaso que los 30 ya me están alcanzando y mis hábitos musicales han caído en la rutina? ¿O será que algo más profundo está cambiando en la manera en que interactuamos con la música?
Lo cierto es que Spotify ya no es lo que era, recuerdo en la etapa primigenia de la plataforma como nos prometía darnos acceso al universo completo de la música y que nos invitaba a explorar más allá de nuestras preferencias, hoy por otro lado parece haber perdido su brújula. En sus primeros años, el algoritmo de Spotify era un verdadero revolucionario: su capacidad de recomendación y descubrimiento musical era casi mágica, dejé de descargar música de blogs (con b grande) y no había que hacer labor de arqueología. Encontrar nuevos artistas era un placer constante, un viaje infinito hacia territorios desconocidos, pero hoy en 2024, esa promesa se ha desmoronado.
¿Cuándo fue que activamente a través de una playlist o el propio algoritmo de Spotify descubriste un artista o un podcaster nuevo?
Spotify se ha convertido en todo, menos en una herramienta para descubrir música, en su búsqueda de rentabilidad, la plataforma ha priorizado la promoción de artistas que tienen acuerdos con grandes disqueras o tratos publicitarios. El ejemplo más evidente es el fenómeno de Sabrina Carpenter, quien aparece como por arte de magia en las listas de reproducción de millones de usuarios, independientemente de si encaja o no con sus preferencias musicales. Esto no es casualidad, es una estrategia. Hoy el algoritmo ya no trabaja para nosotros, trabaja para los intereses comerciales de Spotify y las grandes industrias detrás de la música, para sorpresa de nadie.
La ironía es evidente, muchos de nosotros nos sumamos al streaming como una forma de huir del control mediático de los medios tradicionales, porque queríamos libertad, autonomía, descubrir música bajo nuestras propias reglas y durante un tiempo funcionó. Pero ahora, Spotify se ha convertido en otro intermediario más, uno que decide qué escuchamos, cómo lo escuchamos y, sobre todo, quién gana con ello.
No podemos ignorar lo que ocurre detrás de las cifras. Tan solo este año, Spotify finalmente logró algo que había estado persiguiendo desde su creación: rentabilidad. En el tercer trimestre de este año, sus ingresos alcanzaron los 3,988 millones de euros, es decir un crecimiento del 19% interanual, pero esta “victoria” vino con un costo humano alto. En diciembre de 2023, la empresa despidió al 17% de su plantilla, más de 1,500 empleados, pero como ya es costumbre, la respuesta a estos problemas fue recurrir a la inteligencia artificial como solución mágica.
Y justo en este punto es donde creo que Spotify perdió el alma que tanto lo caracterizó, es decir, la curaduría humana, las y los editores de playlist y dinámicas propias de la plataforma, que hasta hace no mucho hacían sentir a los usuarios como en casa
El problema es que la IA no ha mejorado la experiencia para los usuarios, al contrario, ha creado un ciclo sin fin de recomendaciones redundantes que nos mantienen atrapados en lo que ya conocemos. El espíritu de descubrimiento que hizo de Spotify una plataforma única parece haber sido reemplazado por una fórmula fría y predecible, diseñada más para maximizar ingresos que para sorprender a sus usuarios.
En mi caso, esta desconexión me ha hecho regresar a un lugar que creía haber dejado atrás: la nostalgia por los viejos métodos de escuchar música. Tal es el caso que añoro el poder descubrir música como un acto activo, casi artesanal. Cuando grabábamos CDs para los amigos, intercambiábamos discos, y encontrar una canción nueva era una victoria personal. Hoy, en cambio, todo se siente desechable, diseñado para ser consumido rápidamente y luego olvidado.
Tal vez sea hora de regresar a lo básico, de volver a la radio, de buscar reproductores para formatos fisicos o, incluso, de comprar discos y vinilos. No porque el pasado fuera mejor, sino porque nos obligaba a participar activamente en la construcción de nuestra identidad musical.
En un mundo donde todo está mediado por algoritmos, recuperar el control sobre lo que escuchamos podría ser un acto de resistencia.
Spotify Wrapped seguirá siendo una tradición popular, pero detrás de las gráficas coloridas y las listas personalizadas, deberíamos preguntarnos qué estamos celebrando realmente. ¿Reflejan estas cifras quiénes somos o simplemente lo que alguien más quiere que seamos? ¿Estamos descubriendo música o simplemente consumiendo lo que nos ponen enfrente?
Como alguna vez Charly García cantó “Nos siguen pegando abajo”, pero este golpe no tiene que ser el final. Quizás el verdadero descubrimiento no esté en una plataforma, sino en nuestras propias manos. Compartamos música como lo hacíamos antes, de forma intencional, casi ritual, sigamos buscando porque la música sigue siendo nuestra, aunque Spotify y las grandes industrias intenten arrebatárnosla.
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