“Gota a gota, el agua se agota”, solía predecir una campaña de concientización que escuchaba de niño, una frase repetida hasta el cansancio. Sin embargo, en aquel momento, la situación hídrica parecía pasar desapercibida. Ahora, aunque un poco tarde, hemos tomado conciencia de que el planeta no cuenta con un suministro infinito de agua, la cual teóricamente debería satisfacer las demandas de los ocho mil millones de habitantes del mundo.
Ahora, mientras las llaves continúen abiertas en todo el mundo, la disponibilidad y el acceso al agua se vuelven cada vez más críticos, llevando incluso al límite el ciclo natural del agua.
De acuerdo a la UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, en 2023, entre dos y tres mil millones de personas sufren escasez de agua en el mundo. Esto implica que el 26% de la población carecen de agua potable, y 3,600 millones (el 46%) no tienen acceso a un saneamiento adecuado. Estas cifras fueron reportadas antes de las crisis hídricas que hemos experimentado en el planeta.
Sería extremadamente negligente ignorar el impacto que la crisis hídrica tiene en nuestra vida diaria. Casos como los de Uruguay, Monterrey, Phoenix, diversas localidades chilenas y una gran parte de nuestro país, comparten una característica en común: la escasez de agua durante semanas. Esto se debe a diversas variables, pero en común a una falta de disposición política y planificación efectiva.
Los ríos, los mantos acuíferos, los lagos y otros depósitos acuíferos utilizados para abastecer a la población se están agotando, como si se tratara de una enfermedad para la cual, hasta ahora, la humanidad no ha encontrado cura.
Si a todo lo anterior sumamos que la crisis climática no muestra signos de remitir y que mes tras mes nos enfrentamos a entornos cada vez más caóticos, contaminados y complicados, estamos ante un serio predicamento.
Fernando González Villarrea, coordinador Técnico de la Red del Agua UNAM y director del Centro Regional de Seguridad Hídrica, plantea que México se enfrenta a un contexto en el que el 71% del territorio presenta algún grado de presión hídrica alta o muy alta, y al menos 106 municipios son altamente vulnerables a las sequías.
A pesar de que hace más de veinte años (¡ay, mi juventud!) en México no considerábamos el problema del agua como una crisis actual, hoy la situación no ha hecho más que empeorar, y el problema no se limita únicamente a la cantidad de agua, sino también a la calidad.
En este momento, es urgente, y recalco, URGE que gobernantes, empresarios, organizaciones de la sociedad civil y la ciudadanía en general nos sumemos a las tareas para promover entornos hídricos mejores. Necesitamos invertir, implementar políticas públicas y crear conciencia.
El agua y las crisis hídricas deben convertirse en el centro de la agenda pública, tanto social como política, para que podamos enfrentar el problema de frente
¡No permitamos que el agua se agote!
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