Luis Pazos
El ser humano durante la mayor parte de su existencia enfocó sus acciones a satisfacer necesidades materiales elementales: comer, cubrirse del frío y defenderse de animales salvajes.
En su vida nómada imperó la caza y la recolección de frutos. Hasta que se vuelve sedentario empieza a sembrar lo que come. Es cuando comienza el progreso y el uso preponderante de la razón o capacidad de pensar para decidir sus acciones.
Paralelamente a esa situación, cree en un ser superior que considera el creador del mundo. Ahí comienzan las religiones, basadas más en creencias que en razonamientos. La creencia en un Dios modifica la conducta de la mayoría de los seres humanos, quienes además de razonar, adoptan creencias que se conjugan en lo que llamamos religión.
Actualmente la mayoría de los humanos son seres de creencias, fe y razonamientos.
En una sociedad democrática impera la libertad de decidir en que creer o no creer, ser católico o de otra religión, adorar a Cristo, Buda y practicar la religión que cada quien decida. El límite de las creencias es no causar daños a terceros.
Cuando estudiaba en la Escuela Libre de Derecho nos reuníamos varios compañeros para preparar los exámenes. En una noche de un 11 de diciembre, después de estudiar en conjunto, iba en el carro con un compañero que fue seminarista y tenía un doctorado en filosofía. Vimos en la calle muchas personas caminando hacia la Basílica de Guadalupe, algunos de ellos de rodillas. Yo critiqué a esos caminantes, lo que consideré una acción irracional. Mi compañero, una de las personas de la cual aprendí mucho, me dijo “Toda religión: católica, protestante, budista o hinduista, que haga que un ser humano sea mejor, bueno, y considere pecado perjudicar a otros, se justifica”.
Respeto celebrar el 12 de diciembre una fiesta en honor de la creencia de la Virgen de Guadalupe, o cualquier creencia que nos ayude a ser mejores, y apoyar a los demás.
Respeto a los ateos que hacen el bien, sin esperar una vida eterna ni llegar al llamado cielo o al infierno, donde, según los cristianos, van quienes dañan a terceros.