Pongamos todo en perspectiva // Carlos Villalobos
El desplazamiento forzado interno en México lamentablemente se ha convertido en una realidad que, durante años, operó en las sombras, perjudicando a miles de familias, rompiendo el tejido social de nuestras comunidades. En este sentido, la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos ha documentado que, desde 2006, más de 386 mil personas en episodios masivos hasta 2022, han abandonado sus hogares, principalmente por conflictos en cada territorio. Ese desplazamiento es la búsqueda por sobrevivir, provocando en ese proceso dejar atrás la casa, la tierra, la escuela, la memoria.
En Oaxaca, y particularmente en la región mixe, este fenómeno se volvió parte de la cotidianidad que nadie quería nombrar. El abandono de administraciones estatales profundizó las grietas. Servicios de salud suspendidos, aulas cerradas, familias que quedaron divididas. Algunos niños crecieron lejos sin conocer las colinas que guardaban sus apellidos, mientras los mayores aprendieron a recordar la comunidad como un lugar que dolía mirar de frente.
Por eso, lo ocurrido en Guadalupe Victoria, la agencia municipal de San Juan Juquila Mixe, en Oaxaca, no es un acto menor. Después de casi nueve años, 63 familias hasta el momento pudieron retornar a su tierra, a donde uno entierra su ombligo como dijeran en mi pueblo.
Durante el regreso de las 63 familias, de las 100 que se espera retornen, estaban los más jóvenes, reconociendo por primera vez un territorio que deberían haber tenido en la memoria y estaban quienes se fueron siendo adultos, buscando rostros, buscando piedras, buscando la línea del horizonte que coincidiera otra vez con lo recordado. El viento, hizo ondear la bandera como si hubiera sido parte del guión, era una toma digna de postal, algo que parecía adrede, pero no lo era, sin embargo, hacía más especial el momento.
El gobernador Salomón Jara Cruz habló de un acto histórico en donde con más de sesenta encuentros entre autoridades, comunidades y víctimas, fue la primera vez en Oaxaca que se planeó y ejecutó un retorno asistido bajo protocolos de derechos humanos, con observadores del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados presentes en territorio. No hubo imposición, hubo diálogo y esto aquí tuvo peso porque evitó algo que el propio secretario de Gobierno, Jesús Romero López, resumió en una frase tan potente, que devela la importancia de esta situación histórica “No hay que aceptar la muerte como solución de problemas”.
El retorno no cierra la herida, sería ingenuo afirmarlo, porque a pesar del avance que se dio aún quedan al menos veintitrés casos de desplazamiento documentados en el estado, cada uno con su propio laberinto de complicaciones. Lo de Guadalupe Victoria como también afirmó Romero López es “el comienzo de una nueva etapa” y esa frase, sin buscarlo, da en el centro del asunto, volver no es regresar al mismo lugar, volver es aprender a habitar de nuevo.
El retorno a la agencia Guadalupe Victoria no es una victoria total, pero sí es una señal de que, cuando la política decide escuchar, cuando el Estado no renuncia a sus obligaciones y cuando la comunidad no se resigna, es posible empezar a recuperar aquello que parecía perdido.
Tal vez la imagen más poderosa de ese día fue la del reconocimiento, padres señalando a sus hijos dónde estaba su casa, ancianos que volvían a caminar los mismos senderos con pasos más cortos, jóvenes que descubrían que la memoria puede transmitirse aun cuando no se vivió en ella. La reconstrucción del tejido social, esa frase tantas veces pronunciada, aquí dejó de ser metáfora y adoptó la realidad.
Lo que viene será lento, imperfecto y a veces complicado, pero este regreso, este pequeño acto de devolverse el territorio unos a otros, ya dejó claro algo y es que la paz no aparece, se construye, con diálogo, más diálogo y más diálogo, pero eso sí, siempre de la mano y dispuestos a concretar un mejor mañana.
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