Mis tiempos
* Las discadas del “Chucho”
Con cariño a mi pitufo Carlos Alberto “Güero” García Martínez, en víspera de su cumpleaños.
Ayer me puse a revisar foto viejas de innumerables “acampadas” de dos hasta cuatro días en los “parajes” del “Balta”, arroyo de “San Isidro”, arroyo del “Condeno”, los “Mezquititos”, “Las Testeras del Chivato”, el “Ciruelo”, “Flor de Malva”, “Pata de Gallo”, “El Guamúchil”, “Estación de Cría”, “Las Coras”, “Agua del lion” con Lizandro y “Neto” Rodríguez y su primo Jesús “Chucho” Astorga Ganelón, que hace tiempo que no veo, fueron días irrepetibles que compartimos en total camadería; el “pool” lo conformábamos Lizandro y el “Neto” Rodríguez, “Chucho” Astorga, “Vidorria”, Jorge Ochoa, Valentín Ojeda, el “Chalino” y un servidor, en ocasiones el “Chucho” llevaba a sus dos hijos de escasos tres y quince años; Jesús y Mixtli, este último médico de profesión.
Al “Chucho” le gusta mucho el pescado y los mariscos, ya sabrán los atracones que nos dábamos en las “parajeadas”, tiro por viaje preparaba discadas de mariscos con camarones, callos de almeja, almejas catarinas, ostiones, pulpos, jaibas, almejas chocolatas así como machacas de marlín y jurel, pescado campeado y frito, chopas y bacocos asados, para el desempace los célebres margayates, una especie de ponches de tequila con naranja, toronjas, sal y limones, inolvidables y sin faltar en las “parajeadas”.
La disca del “Chucho” que después me obligó a mandar hacer una para mí, cuando tumbábamos un “hijuelachingada” (venado) los lomos los preparaban en bistec ranchero cortados en medallones con mucha verdura y salsa del pato, quedaban jugosos y enchilosos, riquísimos, Jorge Ochoa, el cocinero de cabecera, hacía arroz con leche para en la noche o bien, comida china, de manera que hambre, lo que se dice hambre, no pasábamos.
Nunca faltaban las bolsas de cacahuate, naranjas y dulces regionales y queso, los clamatos al mediodía y las interminables jugadas de malilla en la noche hasta en la madrugada alternando los chicos de malilla con “caballitos” de tequila, queso y aceitunas, normalmente “acampábamos” a campo travieso, únicamente protegidos del sereno con una lona colgada de los brazos de los ciruelos, mezquites, palo adanes etc., “alumbrados” con una lámpara de gas (Colemán), faroles de tractolina y fogatas (lumbradas).
Diciembre y enero, meses de caza, prácticamente no la pasábamos en el monte aprovechando al máximo los tiempos legales de caza, recuerdo que un “cintillo” para venado se cotizaban entre los doce y 14 mil pesos, los de coyotes y liebres eran más baratos, 1,500 pesos por presa. Gracias a Dios y a mis amigos tuve la oportunidad de disfrutar, vivir y experimentar esta ancestral costumbre de los sudcalifornianos, costumbre de data desde los tiempos de las “rancherías” que surgieron en las “naciones” indias de los guaycuras antes y después de la llegada de los misioneros.
Vaya este perenne recuerdo a mis amigos, a la buena muchachada; Lizandro y “Neto” Rodríguez, “Chucho” Astorga, “Vidorria”, Valentín Ojeda, Jorge Ochoa, “Chalino”, con quienes compartí innumerables “parajeadas” disfrutando la naturaleza, los amigos y el buen comer. Muchas gracias, que el Señor los bendiga siempre. ¡Échense ese trompo a la uña!.
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