“Mal puesto”
En memoria de mi abuela Sara García Cota. Descanse en paz. (Publicado 18 de agosto de 2020).
Me platicaba mi abuela paterna qepd, de un caso -insólito o sobrenatural- que le tocó ver y atestiguar cuando estuvo viviendo en el istmo de Tehuantepec, de un ingeniero y una indita que fueron marcados por el destino para siempre; mi abuela después de nacido mi papá -único hijo- se “junto” con un militar, un contramaestre de la Armada de México que la llevo a conocer y vivir en distintas zonas y destacamentos militares en el país como Salina Cruz, Puerto Márquez, Coatzacoalcos, Puerto Ángel, Isla Margarita y Puerto Cortes en BCS, entre otros; en Salina Cruz conocieron y se hicieron amigos de un Ing. de la ciudad de México recién egresado del IPN que trabajaba en la construcción de caminos en el istmo de Tehuantepec, un día el Ing. contrató una indita para que lo asistiera preparándole la comida, lavándole la ropa y aseándole la casa donde vivía, el Ing. joven y con futuro tenía novia en la ciudad de México y fecha para casarse, así que en la soledad de aquella zona de tierra caliente, clima húmedo y sofocante, pronto intimidó con la indita y la indita se enamoró perdidamente de él.
La indita muy trabajadora, buena para cocinar, con un guiso inigualable, al poco tiempo se embarazó justo cuando el Ing. estaba por partir a la ciudad de México con el fin de concretar su compromiso de boda, nunca le confió nada de sus planes mucho menos de su intempestivo viaje a la ciudad de México, pero la indita, indita al fin, comenzó a camelar e indagó hasta que dio con los verdaderos motivos que escondía el Ing., no le dijo nada y éste confiado que su viaje era en el más absoluto sigilo se fue a la ciudad de México donde contrajo nupcias con una joven y guapa capitalina; ya en la ciudad de México comenzó a sentir cambios muy raros, primeramente impotencia, difusión eréctil, días después notó que sus órganos genitales comenzaron a encogerse haciéndose cada vez más chiquitos, llega el día de la boda y nada, no le queda otra más que comentarle a su esposa que le había picado un mosquito que se da en la selva que provocaba tan triste mal, que tendría que ver al doctor, obviamente no le confió nada de su relación con la indita.
Días visitando doctores y más doctores, clínicas y más clínicas sin un diagnostico en firme que le revelaran que es lo le ocurría, la ciencia médica propiamente se declaró incompetente para atender su caso, ante la desesperación de qué hacer le confío el caso a un amigo que trabajaba con él en el istmo de Tehuantepec, su amigo se sinceró con mucha pena y le dijo que estaba embrujado, que lo habían “puesto mal”, que en el istmo era una vieja costumbre hacer ese tipo de “trabajos”, que era la indita quien lo tenía así y era ella quien podía curarlo, le pidió que fuera personalmente con la indita y le comentara lo que le estaba pasando, luego de escuchar tan cruda revelación le pidió a su confidente amigo que fuera a Tehuantepec y que le dijera a la indita que pronto regresaría para bautizar al niño que recién había dado a luz; su amigo con la misma se fue a Tehuantepec donde llegando se entrevistó con la indita para platicarle lo que le sucedía al Ing., la indita ni se inmutó, ni una palabra ni gestos lo que le dio mala espina al oficioso mensajero, con la misma se regresó a la ciudad de México para aconsejarle al Ing. que fuera él de inmediato a Tehuantepec y arreglará con la indita, que solo ella le quitaría el “mal puesto”, el Ing. hizo el viaje a Tehuantepec sin mayores demoras y sin decirle nada a la indita comenzó a tratar de hacer vida normal, a los pocos días comenzó a sentir cambios de nuevo, mucha potencia, fácil erección y sus órganos genitales comenzaron a recuperar su tamaño natural, a partir de allí el Ing. tomó una decisión en aras de salvar aquella vergonzosa experiencia; divorciarse de la guapa y joven capitalina para “juntarse” con la indita de acuerdo a los usos y costumbres y ritos del istmo, formando una familia de cinco hijos quedándose finalmente a vivir en el en istmo de Tehuantepec.
Mi abuela me confió varias anécdotas que espero compartírselas como una forma de honrar su memoria manteniendo vivo su recuerdo a través de la tradición oral, ella murió en agosto de 2005, a la edad de 90 años sin padecer ninguna enfermedad crónica, murió como han muerto varios de mis antepasados, de viejos. Que en Paz Descanse.
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