¡Qué tiempos aquellos!
* Un par de zapatos
Publicado en este mismo espacio el 30 de octubre de 2019.
Me platicaba mi papá QEPD, que desde muy chico -8 o 9 años- aprendió el oficio de talabartero orillado por la necesidad, y le entró a la “chamba” del viejo oficio de los Collins; a los nueve años, con estudios apenas de tercer año de primaria -hasta allí llegó-, dos o tres veces por semana iba a Miraflores con don Valentín Collins (pariente de él) donde aprendió el oficio y comenzó a trabajar de talabartero hasta 1960, cuando dejó tiradas baquetas y fustes para irse de cantinero a hotel Punta Palmilla; duro oficio porque era mal pagado y con escasa demanda; durante muchos años le trabajó a Fabián Ojeda Meza, junto con mi tío Loreto “Loro” García, prácticamente por la del “perro” (comida); años atrás, en su niñez le tocó arriar ganado con mi bisabuelo que también la hacía de huertero en Santa Anita, y de vaquero arriando ganado de la sierra a Cabo San Lucas donde lo embarcaban para el “norte” (BC), al final terminó como yo siendo aprendiz de todo y oficial de nada.
A los 12 o 13 años cuando comenzaron a gustarle las muchachas enfrentó el primer dilema de su pobre adolescencia; mi tío Loreto “Loro”, también talabartero, que era mucho más grande que él y además su tío, tenía un par de zapatos que se los prestaba cuando él no salía, pero él también andaba en lo suyo, así que cuando había baile en Caduaño, Miraflores, El Cayuco, San Ignacio o ranchos cercanos se peleaban por los zapatos, con zapatos no podían salir los dos sino uno y allí el problema, así que tenían que priorizar las salidas o jugárselas en un bolado; tocó en suerte que habría un baile muy mentado y esperado en El Cayuco, -donde las bailadoras se cambiaban de ropa dos o tres veces en la misma noche, y los bailes duraban tres días, en plena sierra-, y él ya le traía cortada la “juella” a mi mamá, sabía que iría al baile con las Castro y las Amador; llega el esperado día y mi tío Loreto traía mordida la “peda” y era de dos o tres días, y lo peor es que traía puestos los zapatos; se la urdió conociendo la mala tomada de mí tío para bajarlo del macho con los zapatos; mi tío tenía muy mala tomada y donde quiera quedaba “volcado” (en ese tiempo tomaban alcohol rebajado con te de canela) y comenzó a trabajar la tenebra; seguido le alcanzaba tragos para que se “empedará” y se “volcará”, esa tarde ensillaría un caballo y ¡Fierros! pal Cayuco.
La estrategia funcionó a la perfección, así que para las 4 de la tarde mi tío ya estaba “volcado”, tendido en el suelo; con mucho cuidado le quitó -“apió”- los zapados y le puso unos huaraches hechos de hule de llanta con correas de baqueta, así que pasadas las 5 de la tarde agarró vereda pal Cayuco persiguiendo a su dulcinea de Toboso (mi mamá), llegó a San Pedro donde se bañó en las pozas de agua dulce, se cambió y se puso los zapatos para seguir a caballo dos o tres kilómetros por el cañón hacia dentro para llegar “pardeando” al Cayuco donde “apíandose” del caballo le entró a las “polkas” que bailó de “cachetito” al estilo del Piporro, hasta que le avisaron, casi en la madruga, que había llegado mi tío “Loro” y que quería sus zapatos; no obstante que mi tío llevaba la aviada “peda” él quería sus zapatos, y estaba terco que se los diera mientras mi papá andaba en sus meras nadadas; en el acto urdió recurriendo a la misma estrategia que utilizó para quitarle los zapatos y comenzó a acarrearle tragos de alcohol rebajado con te de canela; muy temprano en la mañana llegó el “Chelo” Ojeda (amigo de la familia) recién llegado del “norte” y llevaba una botella de tequila en los cojinillos de la montura -tomar tequila en aquellos tiempos era de caché- y le ofreció tequila a mi papá, pero a mi papá le importaba más la “bailadera” que tomar y se acordó de mi tío “Loro” aceptándole un par de tragos que él mismo se los llevaba donde estaba tomando, y mi tío feliz, al rato ya no se acordaba de los zapatos hasta que se “volcó”, tiempo que mi papá aprovecho para seguir honrando las polkas del Piporro; al día siguiente fue de bailar y bailar hasta que mi tío recobró el conocimiento y otra vez con la cantaleta de que le diera los zapatos, ya en la madrugada del día siguiente, ya que le había bajado la “peda” se los dio para que se regresara a Caduaño, mientras él consiguió unos prestados hasta darle fin a dos noches y tres días de baile.
Con el tiempo y ya que comenzó a ganar más dinero se hizo, no de unos sino de cuatro pares de zapatos que en ese entonces era como ser rico, a partir de esa “bailada” jamás volvió a pedirle prestado los zapatos a mi Tío “Loro” hasta que coleccionó varios pares como Imelda Marcos. Vaya esta anécdota familiar para honrar a mis dos viejos, mi papá y mi tío, de quien guardo imperecederos recuerdos de un pasado que no volverá; para ellos mi gratitud y amor eterno. ¡Qué tal!.
Para cualquier comentario, duda o aclaración, diríjase a victoroctaviobcs@hotmail.com
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