¡Aquellos días!
* Triste historia
El relato que les comparto me lo confió mi papá QEPD muchos años antes de su muerte, de lo que le ocurrió a un amigo y contemporáneo de él, allá por 1945-1947, en el rancho Gualajara, colindante con el rancho San Ignacio, llamando Oscar Ojeda Lucero QEPD, a quién a sus tiernos diez o doce años de edad lo mordió un zorrillo, le dio la rabia muriendo finalmente de esa penosa enfermedad. Me resistía a publicarlo para no lastimar susceptibilidades de su familia con el solo hecho de recordar este triste pasaje, que de ninguna manera es mi intención, simplemente compartirles tal como ocurrió esta triste historia hace 79 años, vayan pues mis disculpas anticipadas a su familia y dolientes.
Oscar Ojeda Lucero era muy amigo de mi papá, seguramente compartían muchas coincidencias en aquellos años de grandes limitaciones y carencias, sin embargo a su modo eran felices, con las tripas vacías gruñéndoles de hambre pero felices; la mamá de él llamada Josefa Lucero Monges QEPD, a quién apodaban “Pepa”, era una mujer de trabajo, humilde y muy sufrida que vivía en el rancho Gualajara, tuve la dicha de conocerla en la década de los 60’s, antes de su muerte, vivía en medio de la nada, cerca de un arroyo donde había un “batequi” pal agua, en una casa de chiname de vara trabada de palo de arco y techo de palma, la típica casa de rancho en ese entonces. Desconozco si su mamá había quedado viuda o se había separado de su primer pareja José María Ojeda, el caso es que se juntó o casó con Palemón Montaño, teniendo hijos de ambos esposos, Oscar era hijo del primer matrimonio, el último de sus hijos cuando su mamá se juntó con Palemón, de quién recibía muy mal trato, la relación entre el adolecente Oscar y su padrastro era mala, quizás porque no era su hijo, siempre lo regañaba por cualquier cosa; a su tierna edad lo obligaba a trabajar, en ese entonces cortar madera (postes) y hacer leña, no había muchas opciones más que entrarle a la chinga, un día a Oscar lo mordió un zorrillo en el monte donde andaba trabajando, lo llevaron con el doctor a Miraflores, le receto ponerse 14 inyecciones, una diaria, y cuidarse mucho del sol, pese a las indicaciones del médico siguió yendo al monte a cortar madera y hacer leña, ya que venia del monte, a eso del mediodía, el ensillaba un burriquete a su burrito y se iba para Miraflores a ponerse la inyección, así que agarraba todo el sol del mediodía, cuando los rayos caían como plomo, imagínese en el mes de mayo, obviamente las inyecciones no surtieron efecto y en la primera luna llena le pegó la rabia
Desde el principio se puso muy agresivo, así que encerraron en la casa de chiname de vara trabajada de palo de arco, amarraron la puerta por fuera que era de tablas de madera de cardón, cada vez que le retocaba el mal volaba como gato hasta el caballete de la frágil casita mordiendo lo que encontraba a su alcanza, le pasaba el mal y se tranquilizaba; varias veces le había hablado a mi papa, lo quería ver, a mi papá le daba miedo y se resistía irlo a ver, pese a su sólida amistad, un día se armó de valor y fue a verlo, llego y paso a verlo dentro de la casa, dice mi papá que le dio mucho gusto verlo, que se le habían rodado las lágrimas, estuvo un buen rato sentando adentro de la humilde casita platicando con él, le pidió la mano a modo de saludarlo y comenzó apretársela con fuerza y le dijo, “Tavo salte, me va entrar el mal”, dice mi papá que batalló mucho para soltarse de la mano donde o tenía apretado, se salió de la casa, amarraron la puerta por fuera y comenzó a gritar, a morder lo que se le atravesaba, saltar sobre el caballete de la casa y echarle maldiciones a su padrasto, el mal duraba un rato, su familia y conocidos que lo visitaban veían aquel interminable calvario sin poder hacer nada, en la medida que fueron pasando los días las crisis eran más seguidas, él se ponía más agresivo, más violento, dice mi papá que fue a verlo tres veces, al final ya no quiso ir porque cuando menos esperaban se ponía furioso, agresivo y no respetaba a nadie, ya no dejaron entrar a nadie a la casa, a los pocos días el joven Oscar Ojeda Lucero murió, descansando finalmente de la desgraciada enfermedad.
Pasó el tiempo después de la muerte del joven Oscar, no mucho tiempo, cuando murió su padrastro Palemón Montaño, lo mordió una víbora cuando andaba cortando madera y haciendo leña en el monte, no le dio tiempo de nada y murió, su muerte según decía mi papá se la achacaban a las maldiciones que en agonía le profirió su hijastro Oscar, quien murió de rabia muy resentido con él por los malos tratos que le daba.
Las nuevas generaciones desconocen cómo se forjó el estado que hoy tenemos; vencer el desierto, sacarle frutos a esta sedienta tierra y hacer proyecto de vida en esta árida y desoladas regiones no es cualquier cosa, mucho menos forjar nuestra inacabada tricentenaria comunidad de sangre, hoy tras el paso de las nuevas tecnologías y la globalización que no tienen nacionalidad como el dólar, vemos seriamente amenazada nuestra identidad y nuestra pertenencia, lo que nos queda de aquel pasado que muchos hoy reniegan de él se construyó lo que hoy somos, un estado donde nativos y avecindados hemos hecho patria sacando fuerzas de nuestro pasado, de ahí que no tengo la menor duda que mientras tenga fuerzas consagraré el tiempo de vida que me quede, mucho o poco, a seguir destacando y compartiendo este tipo de microhistorias que deben ser siempre motivo de orgullo, el orgullo de ser sudcaliforniano. ¡Viva BCS! ¡Viva BCS! ¡Viva BCS!. ¡Échense ese trompo a la uña!.
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