* Homicidio
Allá por 1962, cuando comencé a tener los primeros flashazos del mundo -recuerdo muy bien la invasión a bahía Cochinos y el asesinato de John F. Kennedy-, mi mundo era andar en las huertas robando mangos, cañas, aguacates y guayabas como todos los chamacos de mi época, la invasión a bahía Cochinos y el asesinato de Kennedy habrían de despertar un interés que nunca había experimentado por conocer más allá de lo que existía en las huertas de mi tierra, a partir de allí que comencé a escuchar la XEW “La voz de América Latina desde México” y novelas como “Chucho el Roto” y “Porfirio Cadena” el “Ojo de vidrio”, comencé a sufrir un cambio que no detecte sino muchos años después, es decir, a tener uso de razón y hacer conciencia, 30 años antes de que comenzara a ver el mundo, en una de esas legendarias huertas se escribió una triste historia que hoy les compartiré. Me reservaré los nombres de los protagonistas por razones que ustedes comprenderán.
En Caduaño, originariamente había cuatro huertas grandes que pertenecían a las familias pudientes de la época; los Castro, los Ojeda, los Marrón y los Miranda, dos de ellas con su propio trapiche (molino de caña); la de los Miranda y de los Ojeda, de ahí derivaron varias huertas pequeñas y potreros donde había árboles frutales y se sembraba, básicamente para el autoconsumo y el trueque, el dinero era escaso y el trabajo también, así que habría que imaginarse cómo eran esos tiempos, tiempos difíciles en los que con muy poco la gente era feliz.
No tengo la fecha exacta pero debe de haber sido entre 1930-1931, un viejo huertero que trabajaba con una de las familias pudientes tuvo diferencias muy serias con uno de los hijos del dueño de la huerta, el huertero no obstante su humildad y analfabetismo era de armas tomar, hombre de palabra, cuando tuvo las diferencias con de los hijos del dueño de la huerta donde trabajaba recibió fuertes amenazas, la cosa no quedo allí, el huertero con su dignidad por delante y el hijo del dueño de la huerta con el orgullo lastimado era muy difícil, por las condiciones y el carácter de cada uno, pensar que hubiese reconciliación porque significaba tragarse el orgullo y dejar en tela de duda la dignidad.
El huertero, después de salir de trabajar realizaba varios viajes de agua para su casa desde el ojo de agua, distante doscientos metros, tenía que cruzar la huerta, huerta muy enmontada, parecía selva, la conocí muchos años después cortando jícamas silvestres y buscando nidos de chacuacas, treinta años o más atrás imagínense cómo estaría. Un día el hijo del dueño de la huerta, conociendo lo que hacía el huertero, se apertrechó de una carabina 30/30 y los esperó en un escondite al pie del ojo de agua, cuando el huertero llegó al agua le disparó, el huertero no murió inmediatamente sino que quedo herido y sin voltear de donde le habían disparado agarró los baldes de agua y se fue herido para su casa, llegó a su casa y sin decir nada, sacó un viejo rifle .22 que tenía, y regreso al ojo de agua, a medio camino cayó muerto con el arma empuñada, iba a darle muerte a su victimario.
En esa época todo mundo se enteró menos las autoridades, no hubo denuncias ni nadie que delatara lo que había ocurrido, muchos años se comentaba la historia como un hecho de valentía, pero hasta allí, comenzó a morir la gente que conoció la historia y la historia se fue olvidando, hoy las nuevas generaciones ignoran por completo lo que paso salvo algunos paisanos de mi edad y más viejos que aún sobrevivimos a estos calores y fuertes sequías.
Varios hechos ocurrieron en mi tierra -y seguramente en todo el territorio en aquel entonces- en aquellas épocas, donde el silencio tapaba todo, hechos bochornosos, tristes y desgarradores etc., tengo referencias de algunos de ellos, hoy rememoró esta historia desconocida por muchos no con el ánimo de lastimar a nadie, mucho menos de encender viejos odios, lo hago para demostrar que el mundo siempre ha sido el mismo y los tiempos siguen siendo los mismos, nada de que sorprenderse, sorprenderse a estas alturas de la vida es de supina ingenuidad. Este relato me lo platico mi tío Loreto “Loro” García Cota hace muchos años, él murió en 1990 a la edad de 72 años trabajando lo que trabajó toda su vida; la talabartería DEP.
¡Échense ese trompo a la una!.
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