Por Victor Octavio García
* Cura con manteca de coyote
Hace siete u ocho años conocí un amigo en el rancho del “Prieto” Sosa, de esos rancheros como hay muchos, que por su catadura se inscriben dentro de los personajes que han escrito la historia de nuestra “comunidad de sangre” con esfuerzos, sudor y coraje, en medio se severas limitaciones; quizás rondaba los 70 años, se veía fuerte y correoso pero cansado, acaba de salir de convalecer después de estar postrado en cama durante varios meses, los médicos lo habían desahuciado al haber contraído tuberculosis, él mismo me platicó cómo lo había afectado la enfermedad destruyéndole agresivamente los pulmones, abriéndole un “hueco” en la espalda por donde se le veía la carne vida, logró sobrevivir un par de años más después de tomar a diario raciones de manteca liquida de coyote.
Criado y formado en ranchos donde pasó toda su vida de vaquero, “campeador”, ordeñando, haciendo queso, herrando y señalando ganado etc., siempre batallando con los animales, era soltero, nunca se casó, cosa curiosa tampoco tuvo rancho propio, siempre trabajo de ranchero en ocasiones le pagaban, más de las veces por la del “perro” (comida) y techo o algún becerro o becerra que le regalaban cuando los años eran buenos y había buenas parideras; se la pasaba del ejido Alfredo V Bonfil al Cajón de Los Reyes, Saucito, Aguajito de Moreno, San Juan de Arriba, Las Tarabillas y el Coyotes eran sus dominios; cuando le detectaron tuberculosis la enfermedad estaba muy avanzada, medicamente no había nada que hacer salvo esperar un desenlace fatal, los médicos lo desahuciaron condenándolo a morir dolorosa y lentamente, sin esperanzas, solo encomendado al Señor, un buen día, de esos días grises y tristes cuando las mañanas se hacen más largas de lo habitual, recibió un viejo amigo que fue a visitarlo luego de enterarse del estado en qué se encontraba, era ranchero como él, contemporáneo, al que no había visto desde hacía muchos años, su amigo, hombre solidario y preocupado, le recomendó tomar manteca de coyote todos los días sin perder la fe de que se curaría, el mismo se encargaba de matar coyotes, freír la manteca para que la tomara todos los días antes de la comida, solo una vez al día, en un plato de peltre, la manteca se la tomaba con una cuchara, que no le pusiera sal, limón ni nada, que las tomas fueran lo más caliente que resistiera y constantes, varias semanas siguió al pie de la letra las indicaciones de su amigo que seguido la visitaba, a los pocos comenzó a sentir cambios, le daba hambre, respiraba sin hacer muchos esfuerzos, no se fatigaba tanto, tocía menos y las heridas comenzaron a cicatrizar, a la vuelta de unas semanas se restableció por completo sobreviviendo a la terrible enfermedad 6 o 7 años más, murió de muerte natural pero no de tuberculosis, quizás por los efectos secundarios de la enfermedad o la edad, había adquirido la enfermedad porque se malpasaba mucho, primero por una anemia que se recrudeció, en ese tiempo estaba de ranchero, solo, había días que no hacía comida ni comía porque no tenía tiempo, él era todo, ranchero, cocinero, ordeñador, cuajar la leche, “campear”, hacer leña, carbón etc., así que se pasaba días sin probar bocado, solo con café o alguna tortilla dura.
Su vida transcurrió en un medio hostil de muchas limitaciones y carencias, sin embargo así era feliz, nunca se quejó de nada excepto cuando no podía hacer el trabajo que hacía de joven, hombre austero, humilde y noble que se consagró al trabajo, no tomaba ni fumaba, un hombre sano pese a sus escasos estudios honraba valores y principios de respeto, atento, servicial, acomedido e incluso sin malicia, un poco ingenuo e introvertido. Lo vi y platiqué con él en tres ocasiones, muy esporádicamente, lamento no haber conocido más de lo que fue su vida, su trajinar por estos montes viviendo las penurias que han enfrentado sudcalifornianas y sudcalifornianos en aras de vencer el desierto y contribuir a la grandeza de nuestra tricentenaria “comunidad de sangre”. ¡Qué tal!.
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