Mis tiempos
Por Víctor Octavio García
Ermitaño
A finales de los 80’s, en pleno ascenso como periodista que me daba a conocer como un referente en el medio local, compartía mi oficio con mi afición no tanto por la cacería sino por vagar en el monte, caminar sufriendo incomodidades pero era feliz, invariablemente todos los fines de semana tiraba pal monte como los chivos, le había agarrado grano a las “acampadas” y al ambiente que se vive en el alrededor, un día “parajeados” en la “mesa de la Quelela” que es una mesa plana, en cuanto se escondió el “lucero” comencé a caminar, mañana muy agradable, ni frío ni calor, eso sí mucho sereno en la madrugada, pronto caí en un pequeño “ancón” arenoso, llevaba las botas y las bastillas del pantalón mojadas donde iba quebrando el sereno, en una pisada sentí que había pisado algo raro en el suelo, sin ver me imagine que era una “cuacha” de vaca porque se sentía blandita, cuando vi era una víbora que estaba “enyagualada” en medio de la vereda del ganado, me quede grody pensando cómo hacerle para librarme de ella, brincar que no me mordiera, andaba retirado del “paraje”, así que tenía que resolver la encrucijada yo mismo, estuve un buen rato pisando la víbora que hacía pequeños movimientos, la suerte que la cabeza y todo el cuerpo se lo tenía pisado, en aquellos tiempos pesaba 116 kilos, llevaba un rifle .22 automático de 10 tiros cargado, un cuchillo, un mecate y cigarros, no recuerdo que mes era lo que sí recuerdo que de vez en cuando me topaba con ciruelos del monte, cortaba, me las echaba ciruelas en la bolsa de la camisa e iba comiendo en la caminada, ¡por fin! logré brincar donde estaba parado sobre la víbora, la víbora no hizo intento por morderme y se quedó “enyagualada” en la vereda, se veía como que estaba entumida, sigue caminando registrando el incidente como gajes del oficio.
Camine a lo largo de dos horas sin rumbo fijo guiado por mis instintos de aventureros, al final de la mesa de “La Quelela” subí una pequeña loma para “mapear” el terreno, ni idea dónde andaba, desde la loma vi un manchón verde y algo que brillaba, me oriente y le día a ver qué era, era un “juncalito” hecho de madera de tarina con techo de lámina galvanizada y paredes de cartón negro y una pequeña cocina sin techo de cartón negro, un pequeño solar muy bien cercado con maya ciclónica y en los alrededores un frondoso ciruelo del monte y varios mezquites que le daban sombra al pequeño patio de la casa y un viejo pick up Dodge doble tracción, un par de gallinas, un gallo, un perro y dos burros, varios tibores de 200 litros, supongo que con agua, eso sí en medio de la nada, me quede cerca de media hora observado escondido detrás de un cardón a ver que veía, los perros ni nadie me había sentido, solo veía un señor como de 60 años nada más, y unas pulpas de mantarraya tendidas en el sol y rejuego en las hornillas (la lumbre prendida), para esto ya me habían comenzado a “gruñir” las tripas, traía hambre, escondí el .22 detrás de un cardón y decidí acercarme, fue cuando el perro me sintió y empezó a ladrar, como estaba cercado no había problema, en ese rato salió un señor a ver qué era, un señor alto, fornido, muy amable, me invito a pasar a su casa, ni siquiera me preguntó qué andaba haciendo, me presente y le dije que andaba buscando un amigo que había salido a “campear” y se había perdido, que éramos tres los que andábamos buscándolo, me invito un vaso de agua y café, me preguntó si había comido y le conteste que no, “si gustas esperarte voy a preparar una machaca de mantarraya con tortillas de dijo”, se lo agradecí. Mientras cocinaba me platico que se dedicaba a sacar ostiones en el Conejo y Flor de Malva, tengo cinco años aquí, vivo muy a gusto, me gusta estar solo, no tengo familia, estoy pensionado del gobierno de Estados Unidos porque anduve en la guerra del Viet Cong, mis raíces son de Mulegé Pueblo, me comentó, esto último me dio confianza.
Me sirvió un plato de machaca de mantarraya con frijoles, tortillas de harina, un chile serrano, café y un limón partido, muy buen desayuno, al estilo mío lo espulgué porque no me gustaba la verdura, por fortuna no tenía mucha. Estuve un rato más platicando con él, ya me indico por dónde me regresará, me quedaba más cerca el “paraje”. Después de despedirme y darle las gracias a la hora llegue al “paraje” que aún estaba solo, todavía no llegaba el “pilarillo” ni el “vidorria”, los tres andábamos “venadeando”, en esa ocasión como en muchas más no agarramos nada después de caminar dos días, vimos varios animales, muchas hembras, a las hembras no les tiramos y a los machos por una u otra razón no pudimos tirarle, de ahí mi dicho favorito de “que hay veces que el pato nada, y otras ni agua toma”. ¡Qué tal!. [email protected]













