Por Víctor Octavio García
Mis tiempos
Aquella caminata
En memoria de mi amigo Ramón Fisher, descanse en paz.
Seguido le pedía prestadas las llaves de su rancho a Ramón Fisher para “parajear”, ubicado sobre la costa del pacifico, en pleno territorio de Tierra Santa, iba por dos o tres días a tirar estrés, en ocasiones invitaba amigos, en otras iba solo, me gusta mucho ese rancho; buen ganado, puro ganado de registro, totalmente aislado, no hay señal de teléfono de manera que la privacidad está garantizada, Tomás Hirales es quien cuida el rancho, originario del “Cien”, buen amigo, medio cegatón pero “gueno” para cocinar; el rancho tiene un cuatro grande de pura madera muy bien hecho de triplay marino, paredes y techo de triplay con grandes ventanas y baño de material de regadera, no obstante que es una zona poco llovedora tienen mucha agua que la sacan de un pozo artesiano con un molino de viento alimentado con energía solar. Siempre que lo visito llevo lo que vamos a comer, verduras y una despensa a Tomás, ese día que llegue, en la tarde, le dije que quería montar al día siguiente “a ver si llegó hasta la “difunita”, tienen varios caballos mansitos y monturas, “está bien me contesto, en la mañana que bajen al agua (los traen sueltos) te “gua” pillar y ensillar uno”.
Otro días después de tomar café y comerme una tortilla dura de harina hice la salida, los caballos nunca bajaron al agua así que tuve que darle a patas; me lleve el perro del rancho, un buen perro que me gusta que me acompañe porque no ladra y camina al parejo conmigo, muy obediente, la 30/30 (Winchester de grano libre) con cinco tiros útiles; tres en la recámara y dos en la bolsa del pantalón, mañana templada muy agradable, ni frío ni calor, medio nublado, en la noche había caído mucho sereno, parecía que había llovido, las flores de palo adán y de palo blanco así como los torotes brotados le daban un toque muy especial, desde el rancho tome una brecha petrolera hasta toparme con la brecha de “los mezquititos”, antes de salir del rancho le dije a Tomás que a mediodía asariamos unas cortillas y prepararíamos una salsa en el molcajete, “como a qué horas regresarás me pregunto, como a la una o dos de la tarde le conteste”, voy a tener que ir a buscar unas barañas, no tengo leña me dijo.
Disfrute la caminata respirando aire fresco, la floración de los “sanmigueles” y “romerillos” esparcían un olor muy agradable, en ocasiones me detenía para descansar y furmarme un cigarro, el plan era llegar hasta la “difuntita” y de ahí regresarme, en caso de que matara un “hijuelachinga” (venado) lo dejaría colgado e iría por el en el “andarego”, tuve suerte porque vi dos venadas y un venado, a las venadas ni intento hice de dispararles y el venado no me dio tiempo, el perro lo siguió por una cañada, iba ladrándole hasta que dejaron de escucharse los ladridos, seguí caminando con la brújula puesta sobre la “difuntita”, cuando tome la brecha para la “difuntita” (vereda de ganado) sentí que no iba a llegar, ya era tarde, pasaban de las doce del día, me senté a un lado de la vereda a fumarme un cigarro cuando me alcanzo el perro, llegó muy asoleado y con sed, y no llevaba agua, ahí mismo decidí regresarme, el regreso sin descansar me llevarían dos horas.
Cerca de las dos se la tarde llegue al rancho con hambre y sed, le día agua al perro, me serví un vaso grande mientras Tomás colaba café, en ese mismo rato prendimos la lumbre para que se “jueran” haciendo las brasas y dejar “caí” las costillas en la parrilla junto con unos elotes tiernitos, no obstante que las costillas eran de res regional no salieron duras, al contrario estaban muy jugosas y blanditas, así que casi le dimos mate, entre Tomás y yo, a tres kilos de costillas, dormí esa noche (la segunda noche) allá y regresa a mi casa hasta otro día en la tarde después de comer tortas de spam. ¡Qué tal!.
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