Por Víctor Octavio García
Mis tiempos
* De “wuatero”
En el año 2000 tras quedar sin chamba no tuve más alternativa que meterme de vendedor de pescado (wuatero), dos años comercializando pescado y mariscos me permitieron conocer varios campos pesqueros, el teje y maneje en el mercado negro, de lo que no tenía ni vaga idea como masca la iguana en los bajos fondos del “wuaterismo”, una prueba más para sacar adelante a mi familia, me fue bien pero me falto dinero para hacer capital.
Dos o tres veces a la semana viajaba hasta Loreto recorriendo Agua Blanca, Ligui y San Nicolás buscando filete de pescado (perico, cabrilla y jurel), almejas pulpo, colas de langosta entre otros productos, lo mismo hacía en los campos pesqueros asentados en el pacifico desde Todos Santos hasta la laguna de San Ignacio y La Poza Grande. En Santa Rita me abastecía de jaiba entera y pulpa, tenía un par de amigos pescadores que me juntaban hasta setecientos kilos en la semana, la jaiba tenía poco mercado y es delicada para manejarla por sus volúmenes, ocupa mucho espacio, sin embargo tenía que atender a los clientes que me pedían. Recuerdo que en Santa Rita (la traían de Puerto Chale) siempre me regalaban 10 o 15 kilos, entera o en pulpa, prefería entera para hacerla en la disca con mantequilla y ajo, es una chulada. Un domingo me prepare para hacer una discada en mi casa, prendí la lumbre, lave la disca, suficiente mantequilla y una prima se dio a la tarea de picar varias cabezas de ajo, mi familia había saludo para Caduaño y no estaba más que mi prima Tayde González y yo, la ausencia de mi familia no detuvo mi plan, así que limpie y partí diez kilos de jaiba para botanear y un par de pulpos solitarios, ese día entre mi prima y yo nos comimos casi los 10 kilos de jaiba y los dos pulpos sin mover las pestañas.
Es muy laborioso comer jaibas enteras, valen la pena perderle tiempo, son muy buenas, a mí me gustan más que las langostas, la machaca de pulpa con cilantro verde y tortillas de harina en un manjar ampliamente recomendado, después de ese domingo de jaibas no he vuelto a comer tantas como ese día, mi familia llegó como a las 9 de la noche y le dio mate a las que habían quedado, se relamían los dedos, de suerte que otro día tuve que freír otros diez kilos con dos maquetas de camarones U-8, la única que no comió porque no le gustaban ni nada de pescado fue mi mamá que tuvo que entrarle a unos tamales de puerco que habían traído, el siguiente fin de semana nos fuimos a pasar el día en el arroyo de La Choya en San Antonio de La Sierra con carne asada, riñones asados y cocteles de mariscos; camarones, pulpos, almejas y callos de almeja, a mi mamá le compramos empanadas de frijol en El Triunfo porque ella no comía mariscos ni pescado. ¡Qué tal!.
En El Aguajito de Moreno con el “Prieto” Sosa varias veces preparamos caldos de cabezas de cabrilla y de mero con camarones y jaibas, dos días comiendo “caldos largos” jugando malilla y echando una que otra mentira. Hoy puedo decir, después de más de 20 años, que disfrute y viví intensamente el tiempo que anduve de “wuatero” con todo y los riesgos que significa comercializar productos vedados, pulpas de perico arponeado, camarones y colas de langosta en veda y pulpas de mantarraya, fueron años de forjar el temple y el carácter, años de aprendizaje.
La vida así es, hay que enfrentar las desafíos con decisión y voluntad, nada es imposible y nada es para siempre, la política me obligo a autoexiliarme en el “wuaterismo” como hoy me tiene de rehén escribiendo anécdotas y relatos quién sabe por cuánto tiempo más, lo importante es que se y estoy absolutamente consciente del rol que juego en este estado donde no pasa nada y cuando pasa tampoco pasa nada. ¡Échense ese trompo a la uña!.
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