Por Víctor Octavio García
Mis tiempos
* Buscador de tesoros
En memoria de Román Guadalupe Pozo Juárez, abrazos donde estés amigo.
Desde hace varios años mantengo una sólida e inquebrantable amistad con el Yayo Geraldo, de oficio mecánico, pescador y buzo por afición, hijo de don Conrado Geraldo, viejo y conocido armero y herrero de La Paz de antes, de aquellos sudcalifornianos que forjaron su destino a golpe del yunque, el yayo tiene un aparato para buscar tesoros, en ocasiones que salimos al monte lo lleva, siempre anda preguntando dónde espanta o dónde se ven flamas (lumbre) que salen de la tierra cuando llueve, un poco romántico y supersticioso, buen amigo que frecuento.
Un día lo invite al rancho de Román Pozo en Las Vinoramas, seguido pasaba fines de semana con mi familia en el rancho, un rancho precioso con agua, buena casa, luz eléctrica y aires acondicionados alimentados con una plana de gasolina, el rancho contaba con todo, cocina, un huerto con árboles frutales, juegos para niños, un molino de viento con una enorme pila para el agua, aves de corral, pavo reales, guajolotes y varios caballos con sus respectivas monturas, lo disfrute a más no poder, tenía amistad con Román Pozo, buen amigo, amigo de una y no dos veces, un tipazo, poscrito suegro de Francisco “mi pequeño demonio” por la Sofía, amistad que explotaba pidiéndole prestado el rancho donde festejamos varios cumpleaños de mis tintoreras e incluso de mis nietos, día de las madres etc., a los chamacos les encantaba porque montaban a caballo todo el sagrado día, había mucho que ver en los alrededores, bonitos paisajes, agua corriendo en el arroyo, en ese tiempo no estaba tan poblado como ahora, a la entrada la casa abandonada de los Moller, el rancho de Rogelio Pozo (tío de Román), los Galindo y una casa de descanso del Dr. Armando Serrano y párenle de contar.
Román ya padecía de los riñones y de diabetes, la Conchis Jordán lo tenía bajo una rigurosa dieta a base de ensaladas y yogures, imagínense la tortura para Román que tenía buen día, seguido me hablaba para que lo invitara a desayunar, le encantaba los bistec rancheros jugosos y enchilosos, las tortillas de harina, el queso, los frijoles refritos, mantequilla, conocía mucho a Rosario (mi señora) porque habían sido compañeros en secundaria y le gustaba el sazón que le daba a la comida, sobre todo que le alcanzara las tortillas de harina directo del comal a la mesa, llegaba a comerse hasta cinco tortillas, eso sí me amagaba que no fuera a decirle a la Conchis lo que desayunaba, que le dijera que cereales o fruta, por fortuna nunca me preguntó.
Un día mi familia se preparó para hacer una carne asada a Las Vinoramas e invite al Yayo y a su señora Marisol Almaraz, te llevas el aparato para buscar tesoros le dije al Yayo, “a poco espanta allá”, me pregunto con un dejo de asombro, “no propiamente que espante, pero si han visto una flama que sale de la tierra cuando llueve, una flama como las de las estufas de gas”, le contesté. Se llegó el día de la carne asada y allí va el Yayo con su aparato para buscar tesoros, una pala y un pico, llegando al rancho le indique dónde salía la flama cuando llovía, cerca de la casa había un montículo de tierra que habían sacado de las excavaciones cuando construyeron el rancho, así que de inmediato, sin perder tiempo, el Yayo se dirigió al teatro de operaciones mientras nosotros nos quedamos en el rancho picando verdura y preparando el atizadero con leña pa’ que se “jueran” haciendo las brasas, el Yayo en lo suyo, traía un escarbadero como los topos, casi se pasó el día escarbando, al final sacó un bacín viejo, siempre pasaba lo mismo, detectaba alguna moneda de cobre, comales viejos, baldes de peltre o hebillas de cinto pero nunca un entierro.
La revelación de la flama que salía de la tierra cuando llovía eran mentiras mías, Rosario sabía que no era cierto, cuando veía al Yayo echar paladas de tierra me decía, “que cabrón eres, pobre el Yayo que te creyó, dile que venga a comer”, por más que le gritaba al Yayo no me hacía caso y comencé a dudar de mi propia mentira, y dije en mis adentros “a lo mejor encontró algo”. Hoy varios años después de lo que pasó le pido una disculpa a mi amigo Yayo Geraldo, lo del entierro tan solo fue una mentira como reza el clásico. ¡Échense ese trompo a la uña!
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