Mis tiempos
* En los ostiones
Durante tres largas temporadas seguido viajaba a “Flor de Malva” -dos veces por semana-, campo pesquero asentado a escasos kilómetros del “Conejo”, con rumbo a Santa Fe, sobre la costa. Me apalabré con un pescador para que me surtiera ostiones frescos que a su vez entregaba en un restaurante en San José del Cabo, en el año 2000 quedé desempleado y tuve que entrarle a la “guateada” surtiendo pescado y mariscos a un par de hoteles y restaurante de Cabo San Lucas y San José del Cabo, de esto hace más de veinte años, por lo regular viajaba solo, cada cuatro o cinco días tenía que ir por el producto, 50 o 60 kilos por viaje, mataban el ostión, lo empacaban en bolsas de plástico de kilo y lo enhielaban, manejar ostión fresco es muy difícil porque se deshidrata, pierde peso y consistencia aún enhielado, como conocía los riesgos que se corren mover ostión fresco, peor en tiempo de calor, hablé con mi cliente, se comprometió a comprarlo como se lo entregara y pagarme al cash, por cierto muy buen cliente.
Normalmente mis salidas eran a las 5 de la mañana para “ganarle al sol y al calor”, lo hacía un día antes de viajar a Los Cabos a entregar producto (filetes de pescado, langosta y camarón), era hora y media de ida y hora y media de regreso, hice amistad con el “ostionero” al quien le llevaba cigarros, café y pan, seguido me invitaba a comer en el “paraje” pescado, ostiones en la piedra u ostiones empanizados o bien, me regalaba, bien amigo, un día se me hizo tarde y salí a las 12 del día, era a finales de noviembre, no estaba “juerte” el sol, clima agradable, agarraba la carretera que va pal valle de Santo Domingo y en el km 81 tomaba la brecha con rumbo al “Conejo”, tenía bien planeada mi logística, en ocasiones me venía “brechando” por la costa para llegar a Conquista Agraria donde tomaba de nuevo la carretera, como conozco la zona como la palma de mis manos, disfrutaba el viaje, ese día que se me hizo tarde, llegué a “Flor de Malva” cerca de las dos de la tarde, mi amigo ya estaba desesperado porque no llegaba, cargamos del ostión, lo enhielamos y me invitaron a comer ostiones empanizados, riquísimos, con arroz y una ensalada de tomates con lechuga, esperé que bajara el sol para hacer mi regreso por la brecha sobre la costa para disfrutar la brisa del pacifico, cuando tomé la brecha que pasa por la mesa de “La ballena”, de lejos vi una pitahaya agria, al llegar al lugar donde la vi, retirada de la brecha entre el monte unos treinta metros, me “apié” del “andariego” dejándolo en medio de la brecha, brecha por la que pasa un carro cada quinientos años, me interné en el monte con un cuchillo, eran varias pitahayas en un amarcigo de pitahayas agrias que formaban una especie de “herradura”, cuando comencé a tumbarle las espinas para cortarla oí una “quebradera” de palos entre el monte, mi audición sin ser excelente era buena, monte chaparro, los ciruelos, palo adanes y torotes apenas treinta o cuarenta centímetros, así que cualquier animal era fácil de detectar, sin embargo no veía nada, salvo que escuchaba la “quebradera” de palos, cuál sería mi sorpresa ver una víbora de cascabel que venía directo donde yo estaba, bufando, parada de medio cuerpo, cuando la vi busque cómo salir de la “herradura” que formaban las pitahayas agrias, me tiró un mordida prendiéndoseme del tiro del pantalón, recuerdo que traía un pantalón de caqui, quedo prendida con los colmillos del pantalón, tuve que jalarla con la mano para que se desprendiera tirándola lejos, me dio mucho miedo y corrí hacía donde estaba el carro sin acordarme de las pitahayas, me subí al “andariego”, aún con la puerta abierta, iba a prender un cigarro cuando veo de nuevo la víbora que venía en dirección donde yo estaba, bufando y parada de medio cuerpo, encendí el carro y le di, por el espejo del retrovisor veía que venía siguiéndome sobre la brecha hasta que la perdí de vista, confieso que me dio mucho medio, me impacto, más delante me detuve para encontrarle una explicación medianamente sensata a tan desafortunado encuentro, la víbora venía muy enojada, seguramente un animal la toreó y la hizo enojar, el caso es que estuve a punto de pagar el pato con una fatal mordida, la otra conclusión a la que llegue vagamente fue que la víbora era el mismísimo Diablo. En fin, haya sido como haya sido, lo que tenía que pasar pasó. ¡Échense ese trompo a la uña!.
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