Por Víctor Octavio García
¡Aquellos días!
* Los Perros de La Primera Agua
En su onomástico a mi buen amigo Juan Encinas Molina, de La Primera Agua.
Hace seis o siete años durante la vendimia del vino misional en la zona de La Purificación, Juan Encinas, viejo amigo y nativo de La Primera Agua, me contó la anécdota de “Los perros de La Primera Agua”, en una entretenida jugada de “malilla”, disfrutando un rico café recién de grano colado y el denso olor de los Sanmigueles. Como seguido lo hago, invite a mi señora a pasar un fin de semana en La Primera Agua en casa de mis queridos amigos, doña Chuy Amador y don Leovaldo Encinas; los chamacos no quisieron ir porque allá no hay sushi, pizzas, Oxxos ni playa, así que ¡fierros! para La Primera Agua.
Arribamos un viernes al mediodía y estaba por terminar la temporada de mango; don Leo, como lo tuteo, esa misma tarde sacrificó un castradito (chivo) para don “Víctor y doña Chayito”; horas antes habían llegado mi compadre Rigo Sánchez y su esposa, mi comadre Olga Encinas, Juan Encinas que vive cerca de don Leovaldo, lo saludé al pasar por su casa, de ahí que no tardó mucho en hacer acto de presencia en casa de doña Chuy, donde al bote pronto armamos la “malillada”. Para esto, Doña Chuy, se dio a la magistral tarea de amasar harina con requesón y freír frijol para la cena; saqué dos “pomos” (litros) de tequila cazadores; uno para Juan Encinas y el otro para echarnos unos tragos durante la jugada; antes de sentarnos a jugar le pedí a don Leo que pusiera leña para las brazas, asaríamos costillas que llevaba para la ocasión, mientras doña Chuy preparaba una riquísima salsa de molcajete y freía el frijol.
Juan Encinas y don Leo de compañeros –que son unos verdaderos costales de mañas–; mi compadre Rigo y yo. No tardó mucho en oírse uno de los clásicos en la malilla; qué si que son triunfos, qué si ya salió la malilla de espadas, que esa basa es mía, que el as etc.,….cuando Juan Encinas nos contó la anécdota. Dice que debe de haber sido en los años cincuentas o sesentas, cuando en La Purificación se producía mucha naranja, uva, habas, frijol, tomate, chile, queso, requesón, mantequilla y carne seca, etc., proveniente de los ranchos aledaños que transportaban a lomo de bestias a San Evaristo y de allí, a base de canalete (remo) a La Paz, para entregar el producto en la Casa Ruffo. No existían brechas de carro salvo el camino real (vereda) que todavía la caminan a pie o en bestias, así que la zona estaba muy aislada, tan aislada que existía gente en ese tiempo que no conocían los doctores, mucho menos los carros.
Ese tiempo se construyó una brecha como Dios les dio a entender por la zona de Las Pocitas para que llegara carro a La Purificación. La idea, como finalmente se concretizó muchos años más tarde, era sacar todo lo que se producía en carro y no a lomo de bestia ni a canalete a La Paz. Un día menos esperado de pronto a lo lejos se escuchó un extraño ruido sobre la brecha, pero nadie sabía qué era. Los chamacos, muchos que no conocían los carros, agarraron la brecha para encontrarse con el extraño ruido (motor) y delante de ellos, una manada de perros que se habían armado de valor para enfrentar al “animal” (carro). En una recta, desde lejos divisaron al “animal” que se dirigía hacía ellos; al principio no le dieron mayor importancia porque solo se veía un “puntito” a lo lejos, pero en la medida que se iba acercando y que el “animal” tomaba forma, el miedo comenzó a apoderarse de ellos. Faltando unos metros para el inesperado encuentro, el chofer del viejo y destartalado “Wirloche” (un camioncito de tonelada del Gavilán Osuna, dueño del hotel La Purísima y exitoso comerciante) pegó varios pitazos (claxón dirían los chilangos) y se hizo un desparramadero de chamacos y perros; los chamacos corrieron desbocados pa’ La Primera Agua, mientras los perros agarraron monte.
Se trataba de un camión de redilas de tres toneladas que iba por un viaje de naranjas a La Purificación; cargaron el camión y ese mismo día se regresaron con la carga, en tanto los chamacos que no conocían los carros pronto se familiarizaron y salieron a despedirlo a más de quince kilómetros de distancia de La Purificación, prendidos de las redilas y subidos en los guardafangos, aquellos era una verdadera novedad.
Pasaron los días, La Purificación y La Primera Agua quedaron sin perros, ni un perro se veía sobre los alrededores, mientras la plática giraba alrededor del camión; de los ojos grandotes (focos) de los dientotes (parrilla), que las patotas de hule (llantas), que los cachetotes (guardafangos) etc., y de los perros nada. Varios días después del inesperado suceso, Juan Encinas divisó de lejos a su perro y otros más sobre los filos de un cantil volteando pa’ La Purificación; les gritó y les hizo señas de que bajarán, pero nada, los perros seguían alzados en el monte.
Una tarde, cuenta Juan, sintió una extraña presencia en su casa –algo así como una premonición– e instintivamente volteó a ver qué era. Cuál sería su sorpresa que vio a su perro armado sin querer entrar al corredor, hostigado, temblando, con las corvas zangoloteando. Le dio agua y el perro a duras penas se acercó a la artesana y tomó desesperadamente; le puso comida y lo mismo, en un dos por tres dejo la artesana limpia, pero no dejaba de temblar, nervioso, orejeando, venteando y volteando para todos lados. Cuenta el amigo Juan que él mismo se preguntó, ¿y qué trae este cabrón, la rabia o qué chingados?, pero en ese momento no reparó hasta después que el perro estaba asustado, groddy, nervioso, ofuscado por lo del inesperado encuentro con el “animal” (carro).
Entre “chicos” (jugadas) cenamos, carcajeándonos con la anécdota de “Los perros de La Purificación”; costillas asadas, tortillas de harina recién salidas del comal, frijol, salsa de molcajete, queso de chiva y tragos de Cazadores. Otro día, iríamos a las huertas a “rastrillar” limones dulces, mangos, limas chichonas, duraznos y uvas ¡ah! y darle al castradito frito en una disca acompañado con un panguigui de tortillas de harina y sala de molcajete, mantequilla, vino misional y dulce de mango con queso como postre: Dos días disfrutando de nuestra gente, de nuestra cocina, de nuestros paisajes con amigos excepcionales; de entretenida pláticas, anécdotas y por supuesto, de una incomparable hospitalidad que no recibes en ningún hotel de cinco estrellas de Los Cabos. ¿Échense ese trompo la uña?. Para cualquier comentario, duda o aclaración, diríjase a victoroctavioBCS@hotmail.com