Por Víctor Octavio García
¡Aquellos días!
* Abejas
No sé hasta cuándo seguiré refugiado en relatos y anécdotas, no soy proclive al conformismos ni la indiferencia, más bien soy afecto a ejercer mi sagrado derecho al pataleo; soy un convencido que para que las cosas se pongan bien primero se tienen que poner peor; refugiarme en relatos ha sido una férrea disciplina que me he autoimpuesto al ver que no hay condiciones propiamente para ejercerlo como se hacía antes; primero hay que entender bajo una rigurosa mirada el papel que jugamos periodistas y medios de comunicación ante las nuevas tecnologías que ponen a prueba nuestro oficio, quizás uno de los oficios más viejo del mundo que se encuentra a punto de desaparecer ante los drásticos cambios impuestos por la era digital donde la comunicación dejo de ser interpersonal para convertirse en circular, es decir, entre uno o muchos interlocutores y segundo, entender la correlación de fuerzas (ver para dónde sopla el viento) para hablar de política, un tanto como recurrir a la vieja “técnica de la crinolina” de rodear todo en su alrededor sin tocar nada en el centro”, y de igual manera como una convicción personal para compartirles mis humildes experiencias del disfrutes de la naturaleza y la vida silvestre; el relato que les compartiré data de hace más o menos quince o dieciséis años en una de mis tantas “parajeadas” que hoy me permiten confiarles otra de mis exigencias personales, de que soy feliz con muy poco.
Un día en la tarde me habló el “Pilarillo” (Pilar Almaraz) para invitarme a comer caldo de cabezas de garropa en Tierra Santa, “si puedes vente un día antes para pegar una caminadita en la zona del “palo San Juan”, hace días anduve y vi un venado grande que anda allí, no le tiré porque no llevaba arma, invita a mi compadre “Vidorria” con suerte, lo agarramos”, me dijo, en ese mismo rato le hablé al “Vidorria” para armar la salida al día siguiente después de la comida, le platique el plan del “Pilarillo”, obviamente no se hizo mucho del rogar; hecho y dicho, otro día después de la comida ¡Fierros! pa´ Tierra Santa. Esa tarde noche fue de tomar café y hablar de la gente, otro día, muy temprano le gastaríamos suela al “hijuelachingada” que había visto el “Pïlarillo”, al día siguiente en cuanto clareó, con varios burritos de machaca de pescado seco, frijoles con queso, un termo de café y un garrafón de agua, en la guantera del “andariego” siempre traía dulces y panochas cubanas porque andado en el monte se antojan, antes de que saliera el sol llegamos al “palo San Juan”, que es una zona de cañadas y pequeñas lomas, era en el mes de mayo, mucho sol, aunque el calor era llevadero estando en la sombra, cuando llegamos donde dejaría el carro había muchas abejas, estaba floreado el “palo San Juan”, ya que bajamos el agua (el termo y los burritos los dejamos en el asiento del “andariego”), busque un embace de coca cola de tres litros de los que había en los alrededores ya que es “paraje” de venaderos, lo corte, lo llené de agua, le puse varias varas secas de matacora para que por las varas bajaran las abejas y no se ahogaran, y en una horqueta del “palo San Juan”, varias panochas en un plato desechable, y ahora sí a buscar el “hijuelachingada”, el “Pilarillo” y el “Vidorria” con un .7mm con mirilla y yo sin asmas excepto un cuchillo fajado en la cintura y un varejón grueso de palo de arco para espantar las víboras, esa mañana caminamos hasta cerca de la una de la tarde, caminada que nos entusiasmó porque vimos mucha trilla y “juellas” de venados grandes, tal vez haya sido el mismo, así que cuando llegamos al “paraje” hubo un cambio de planes; lonchar lo que llevábamos y esperar que bajara el sol para darle otra “rastreadita” en la tarde, total el caldo de cabezas de garropa podía esperar para otro día.
Cuál sería mi sorpresa que el bote de agua estaba seco, solo rastrojos de los dulces y las panochas y eso sí, un chingo de abejas, mansitas, no picaban, eso sí muy molestas porque nos “zumbaban” en las orejas, llene de nuevo el vote de agua y les puse las últimas tres panochas que había dejado en la guantera “pa’ un dolor de muelas”, esa tarde caminamos hasta antes del oscurecer sin ver nada, cansados y con hambre, ya de regreso para retacharnos a “Tierra Santa”, las abejas casi habían vaciado el bote de agua, de los dulces y las panochas, nada, solo un hervidero de abejas; ese día no agarramos nada, las abejas me hicieron el día, me sentí feliz y complacido haberles saciado la sed y comida a las abejas en medio de aquella resequedad. Otro día le entramos con ganas al caldo de cabezas de garropa, eran solo cabezas no le pusieron jaibas ni camarones porque el “Pilarillo” es alérgico a los mariscos, confieso que el caldo nos supo a gloria, así que el ir a Tierra Santa de un día para otro se convirtieron en tres días, ya el tercer día en la tarde ¡Fierros! pa’ esta ciudad a seguir pateando el bote.
Experiencias como la de ese día, para algunos son trivialidades, he vivido varias y créanme que me hacen feliz, las disfruto más que andar valiendo madre en la ciudad, seguramente mis genes están cargados de ADN de la vida de rancho, o en otra vida fue ranchero, lo cierto es que lo disfruto y vivo intensamente, de ahí mi filosofía es liza y sencilla; con muy poco soy feliz. ¡Qué tal!.
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