Por Víctor Octavio García
Mis tiempos
* Playa de “Las Tarabillas”
A mi buen amigo Jorge Luis Reyes Amador, de El Primer Bosque, por su cumpleaños número 32. ¡Muchas felicidades campeón!
A lo largo de varias temporadas, entre los meses de julio a septiembre, seguido acampábamos en la playa de “Las Tarabillas”, al norte de San Juan de La Costa, el pretexto tirarle piola a los cochitos. En lo personal no soy muy dado a la pesca, disfruto el ambiente, la plática y los ceremoniales de los pescadores en consonancia con mí forma de ser introvertido y estepario, pero hasta ahí. Los protagonistas de aquellas aventuras sin par Yayo Geraldo, Enrique Beltrán, Edgar Osuna, eventualmente Raúl “Gato” Zuñiga y un servidor
Las “acampadas” normalmente eran de dos días, había veces que nos pasábamos de “tueste” hasta tres días avituallados únicamente con lo más indispensable; agua, café molido y azúcar, pan bimbo, jamón, verdura y limones, la idea era comer pescado y almejas, disfrutar las noches estrelladas, el canto de los grillos y el aullar de los coyotes matizadas en algunas en ocasiones con alguna “peda” ballenera, fueron días de disfrute, camarería y de comer pescado.
Rara vez se hacían buenas mareas, normalmente sacaban el pescado que nos comíamos en las playa preparado en ceviche, frito, asado, agua chile o sashimi, dependiendo del tipo de pescado, el Yayo Geraldo era el más experimentado, capaz de nadar y bucear varias millas náuticas sin mostrar cansancio, todo un hombre de mar aunque las mareas fuesen magras; algunos cochitos, palometas, pargos, pejegallos, pericos, cabrillas sarteneras o algún pulpo solitario, párenle de contar. Él era quién le daba seguimiento al estado del tiempo basado en un “librito” que tiene sobre mareas, auguraba que días estaría el agua clara, sin oleaje para bucear que era su fuerte, en la mañana después de tomar café se hacía a la mar hasta el mediodía, en la tarde le tiraba piola a los cochitos, tareas en las que mi participación era imperceptible o nula, siempre me quedaba en el “paraje” a lavar los trastes, juntar leña, picar verdura y colar café alternándolos con algunos “chapuzones” en la orilla de la playa.
Lo que más llamaba mi curiosidad era ver al Yayo prepararse para la buceada, todo un ceremonial digno de escribir una historia por separado; como todo un pescador de catálogo al más rancio estilo de Jean-Michel Cousteau, se introducía en un traje de bucear que le quedaba “pochi” como la “Chiquiti Bum!, las plomadas, el visor, el snoquer, las aletas y un morral con boya para el pescado, ceremonial que se llevaba varios minutos antes de hacerse al agua, al final del día alguna palometa, uno que otro perico, algún desbalagado pargo o un solitario pulpo, lo bueno es que casi siempre aseguraba la del “perro” (comida), siempre se le iban los pescados más grandes ya porque el agua estaba batida, no le dio chanza de arponearlos o simplemente no los vio sino hasta que agarraron la veloz huida.
No sé porque motivos dejamos de ir a Las Tarabillas, de esto hace más de tres años, escapadas que disfrutamos mucho en armoniosa sintonía con el mar, fueron “acampadas” que hoy quedan para el recuerdo de tiempos idos que no volverán, de aquellos días inolvidables que he compartido con la buena muchachada, desde aquí saludo con marcado aprecio a mis buenos amigos Yayo Geraldo, Enrique “Kiqui” Beltrán, Raúl “Gato” Zuñiga y Edgar Osuna, que el Señor lo siga bendiciendo siempre. ¡Qué tal!.
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