Por Víctor Octavio García
Mis tiempos
* Arroyo de Las Tarabillas
Desde que conocí el arroyo de Las Tarabillas me gustó, no sé qué fue lo que más me atrajo sí la eterna soledad, los marcados contrastes de la zona o lo aislado del lugar. Cada vez que visitaba al “Gordo” Almaraz en San Juan de la Costa íbamos a la leña, doña Ofelia, su esposa, hacía pan todos los días en un horno que aún conservan, vendían todo el pan lo vendía a los trabajadores de Rofomex, yo aprovechaba el nublado para traer leña para mi casa para las carnes asadas, pescados empapelados, frijoles charros, menudos y pozoles. Había mucha leña seca en los rebalses del arroyo, leña buena de uña de gato, mezquites, palos colorados y tesos, varias veces sin traer leña solo iba a pasar el día allá donde asábamos chopas, lisas y en ocasiones un pedazo de carne, la verdad que disfrutábamos mucho sombreándonos en los palo blancos en la blanca arena.
Gracias a eso conocí donde se forma el cañón que le da el nombre al arroyo de Las Tarabillas, justo al pie de la sierra, varios de los que conocen la zona me platicaron que había una brecha de carro que subía por el cañón a la sierra, a la cima, brecha que salía a la carretera en el km 90, cerca del rancho de don Cruz González, fui varias veces pero nunca hice el intento hasta que conocí con el “Prieto” Sosa en el Aguajito de Moreno a dos cazadores (hermanos) de la zona de Santa Fe, no recuerdo sus nombres, hicimos buena amistad, ellos habían recorrido varias veces la brecha en los venados y quedamos de un fin de semana de andarla, invite a mi cuñado Beto Ojeda y a Manuel “Meño” Meza, hicimos una coperacha para comprar “loche” para dos días, los cazadores de Santa Fe harían lo propio; yo tenía una Forrunner 4 cilindros, doble tracción, motor 22 R, estándar, muy buena, modelo 1984, ellos traían un pick up comander doble, estándar, seis cilindros, mecánicamente estaban bien, para la brechada hay que meter carros viejos que respondan bien mecánicamente y buenas llantas, la carrocería, pintura y el alfombrado es lo de menos, que no duela que se rayen con los palos o las piedras.
Un fin de semana después de almorzar agarramos camino con suficiente comida, hielo y agua, únicamente llegamos con los Savín al Sauzoso a comprar filetes de cochito y de allí directo al arroyo de Las Tarabillas, tranquilo el viaje, sin novedad, sobre el arroyo juntamos leña para hacer un “atizadero” en la noche, así que llegamos a buena hora al lugar donde acamparíamos, esa tarde recorrí buena parte de los alrededores de la zona, un limpio en una falda donde hace unos años existió un rancho, sobre el limpio varias matas de dátiles a punto de secarse, en el lecho del arroyo un manchón verde formado por sauces y ciruelos del monte en pleno brotes, agua estancada en el arroyo y “juellas” de ganado, bestias y venados en los alrededores. Esa noche para no acostarnos con la panza vacía asamos riñones, picamos verdura y colamos café, noche inicialmente tranquila. No llevamos casas de campañas sino una lona que colgados en los brazos de los palos blancos y ciruelos del monte para protegernos del sereno, dos buenas armas; un 30.06 con mira y una carabina 30/30 de grano libre, buenas lámparas de mano y un par de focos que conectamos en la batería para dejarlos prendidos, junto con el “atizadero” toda la noche, conscientes de que es una zona de “liones” que bajan a tomar agua. En la madrugada, como a las 4 de la mañana nos levantamos, estaba gritando un “lión” cerca de donde estábamos “parajeados” y había que estar a la defensiva, cargamos los rifles, revivimos el “atizadero” y para no estar de “okis” colamos café hasta que amaneciera, otro día checaríamos la subida abriendo paso pa’ los carros con palas, picos, talachos, hachas y machetes.
¡Vaya sorpresa! que nos llevamos al día siguiente, ni idea teníamos como estaba la subida, al principio tratamos de abrir camino con palas y picos pero vimos que era imposible, solo con una máquina, la corrida de agua había formado un talud de más de cinco metros que dejo al descubierto el tepetate, ya que vimos que era más que imposible abrir pasada decidimos quedarnos el fin de semana hasta agotar el “loche” que llevábamos escuchando en la noche el suave canto de los grillos, la siguiente noche ya no escuchamos gritos de “lión” sino una serenata de coyotes (coyotera dice el Vidorria) que “ventearon” la carne asada y el pescado que preparamos en el “paraje”, el domingo después de desayunar nos retachamos para esta ciudad, ora sí que a disfrutar lo bailado. ¡Qué tal!.
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