Por Víctor Octavio García
Mis tiempos
* Sacando enjambres
Toda la vida he tenido afición o hobby por el monte; cierto, de chico destaqué medianamente como un buen nadador y corredor a campo traviesa, sin embargo mi fuerte siempre ha sido de “liebrero”, “palomero”, “chacuaquero” y en los últimos años “venadero”, de manera que mis salidas pal monte tienen su origen en el ADN que portó. Gracias a este hobby he tenido un largo proceso de aprendizaje que en ninguna escuela se aprende, desde conocer hierbas medicinales, raíces y frutos silvestres comestibles hasta tomar decisiones serenas y reposadas; infinidad de veces bosquejé mentalmente columnas políticas que resultaron ser muy leídas e incluso, controvertidas.
Hoy es un disfrute pospuesto, casi imposible de seguir haciéndolo, tengo averiado el músculo de una pierna que me imposibilita caminar más allá de 30 metros sin que me pegue un intenso dolor que me paraliza, aun así me doy mis escapadas cada vez que puedo y cuando se puede, ya no a caminar y recorrer grandes distancias como antes sino a caminar como los policías chinos, husmeando por aquí y husmeando por allá, ese es uno de los secretos de la cacería, paciencia y serenidad, disciplina a contrapelo de como soy.
Hace unos años cuando aún quebraba el sereno con los zapatos me invito el “Prieto” Sosa ir a sacar un enjambre, “tiene mucha miel” me dijo el mentiroso del “Prieto” para alborotarme, estaba en el rancho doña Juana Higuera, amiga del “Prieto”, luego se apuntó pa’ ir con nosotros, doña Juana es una mujer de rancho, una gran mujer y mejor amiga; dos baldes galvanizados de 10 litros cada uno ¡Fierros! por el enjambre, doña Juana y yo no sabíamos dónde estaba el mentado enjambre salvo por las coordenadas que nos dio el “Prieto”, éste estaba por la zona de la “antena”, en la cueva de un tepetate que formaba una pequeña cañada distante de la brecha del carro si acaso unos 300 metros.
Al día siguiente después de tomar café agarramos brecha, 20 minutos después de salir del rancho estábamos “apiándonos” del “andariego” entusiasmados por la miel, tomamos una zigzagueante vereda de ganado hasta llegar a la cañada, el “Prieto” se encasquetó por encima de la ropa que traía puesta un pantalón grueso de caqui y una camisa de mangas largas, llevaba un par de calcetas viejas que uso como guantes, mientras doña Juana y yo juntábamos basura y leña que hiciera humo, hicimos una “lumbrada” (fogata) cerca de la cueva del tepetate para que el “Prieto” revisará el enjambre, era un día frío, sin viento y despejado, con un foco de mano comenzó a revisar la cueva cuando de pronto se escuchó “ya me chingo una abeja”, al rato el “Prieto” andaba dándose manotazos en todo el cuerpo, le “picaron” varias, doña Juana no se fue de okis y se llevó dos “picaduras” y yo, que estaba más retirado de la cueva cinco “picaduras” de abejas con todo y aguijón en los brazos y en la panza, al final el enjambre no tenía miel, eso sí las abejas muy bravas, me quede con la sospecha que eran abejas africanas.
De regreso al rancho, con los brazos como “Pepeye” y la panza relumbrosa, ora sí que a tener cuidado de no mojarse ni tomar agua hasta que nos pasara la “ponzoña”, fue una tarde de convalecencia que en la noche irrumpimos con unas ricas empanadas de “picadillo” hechas de los nervios de las aldillas, allí tuve otra enseñanza; no hay mejor remedio para las “picaduras” de abeja que las empanadas de picadillo hechas de los nervios de las aldillas. ¡Qué tal!.
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