¡Qué tiempos aquellos!
* La balanza “robadora” del Chuy Montaño
Cuando salí de la UABCS, sentí la necesidad de buscar nuevos horizontes; la “chambita” que tenía en el Ayuntamiento de La Paz no le veía futuro y la política se me hacía una empresa inalcanzable, así que decidí comprar puercos (cochis) para “beneficiarlos” y obtener una extrita (dinero); adquirí diez marranas en edad de cargarse y las lleve para Las Tinas, rancho de un hermano de mi papá; ahí en Las Tinas, al pie de la sierra cerca de Miraflores, había mucho que comer; un bosque de encinos que en diciembre-enero se tupen de bellotas, aprovechar los que quedaba de desechos en la huerta y el suero del queso para mezclárselo al salvado.
En ese tiempo tenia una Blazer 1974, en la que viajaba cada fin de semana cargada con salvado y lavaduras; aprovechaba para pasarme el fin de semana con dos tíos de mi papá de edad avanzada –con los que me crié– que vivían en Caduaño, mi tierra; a los pocos meses se cargaron las “cochis” y creció abruptamente la cría de puercos; recuerdo que en uno de los tantos viajes que hice a lo largo de dos años se apersonó conmigo Miguel Castro (QPD), pariente mío y me pidió un favor; que le buscará una mujer que quisiera “juntarse” con él para que lo asistiera: Miguel tenía más o menos 75 años, había tenido un par de hijos en diferentes señoras pero nunca se casó, al igual que los dos hermanos con los que vivía que también habían quedado “cotorros”: Mi idea era “beneficiar” los “cochis” haciéndolos chorizos para venderlos “kileados” en esta ciudad; mi señora y mi mamá se encargarían de picar la carne, adobarla y meterla en las tripas, es decir preparar el clásico chorizo regional.
Durante varios meses religiosamente realice estos viajes como si se tratara de una “manda”; viajes en los que siempre me procuraba Miguel Castro, quien desde las “trancas” del cerco de la casa de mis tíos me preguntaba; “Víctor, que pasó con mi mandado”, a lo que le respondía “se me olvidó, para el sábado que viene te traigo noticias”, Miguel solo movía la cabeza como que no le gustaba mucho mi repuesta; pasaron tres o cuatro fines de semana y se me olvidaba su “mandado”, hasta que un día me acordé y hablé con una señora que hacía el aseo en el palacio municipal –ubicado en ese entonces en 16 se septiembre y Belizario Domínguez– y sin más le plantee el “asunto”; como era compañera de trabajo y de absoluta confianza, no le di muchos rodeos al “asunto” y le dije, traigo una propuesta para ti, dime si te interesa, “de que se trata”, me contesto, mira, allá en Caduaño hay un señor interesado en “juntarse” contigo, él nunca ha sido casado, tiene un par de hijos y no quiere quedarse solo, la señora –que me reservó su nombre– peló los ojos y sin más me preguntó; “tiene ganado”, sí le respondí, mucho (eran mentiras mías, Miguel jamás había tenido ganado, toda su vida se la pasó cortando leña y vara de palo de arco) y me respondió, pues sería cosa de platicar; –la susodicha sobrepasaba el “cincuentón”, en sus tiernos tiempos seguramente fue una mujer muy guapa, sus rasgos así la delataban; tenía dos hijos pero no estaba ni había sido casada, era madre soltera–; déjame ver y te digo ya que hablé con él (Miguel), y le volví a preguntar ¿te interesa? y me respondió con una sonrisa con vergüenza ¡Siií!; cuando nos despedimos se me quedo viendo como con tristeza y desde lejos me habla para decirme, Víctor, me da pena lo que te quiero decir, qué es le pregunte, es que no se y se doblaba apenada, qué es, le pregunte de nuevo, es que me da cosa decirte, me respondió, ¡dime! le insisití, “es que a mí ya se me fue el “sentir”, no te preocupes, yo le voy a decir y el lunes te traigo noticias.
En el siguiente viaje, ni bien había llegado a casa de mis tíos cuando divise por encima del cerco de vara trabada un sobrero que apenas sobresalía que se dirigía hacía donde yo estaba, era Miguel que venía a preguntarme por su “mandado”, como le llevaba buenas noticias, desde lejos le grite; Miguel, ya te traigo noticias; una buena y una mala, dime cual quieres que te de primero, me hizo señas que no le dijera nada en la casa adelante de mis tíos que eran sus primos y se dirigió al cerco de la escuela que colinda con la casa de mis tíos, para que allí le dijera a solas lo de su “mandado”; mira, le dije, dos noticia; una buena y otra mala, cuál quieres que te de primero, la mala me dijo, pues ya te encontré una “chorreada”, el problema es que “ya no pisa”, le dije, Miguel levanto un brazo como los boxeadores cuando noquean a su rival y exclamó con júbilo: ¡De esas son las que ando buscando!: Fue tal su alegría que no me dio tiempo para darle la noticia buena; que la señora había aceptado “juntarse” con él. Finalmente no se concreto la unión por diversas razones que no viene al caso comentar, pero yo seguí con lo de los “cochis”; llegué a tener cerca de 40, de 120 kilos en pie cada uno en promedio; los primeros dos que maté y los hicieron chorizo fueron un exitazo; los chorizos se vendieron como pan caliente; para esto, le pedí prestada una balanza (“robadora”) al Chuy Montaño, para pesar bolsas de un kilo; antes de comenzar a pesar el chorizo, le moví a la balanza quitándole 100 gramos a mi favor; don Ricardo “Quito” Santa Ana, suegro del Chuy, trabajaba en Industria y Comercio y era el encargo del departamento de pesas y medidas; responsable de mantener niveladas las balanzas en el estado para que dieran kilos de a kilo; don Quito Santa Ana era muy recto, honesto y responsable, y supuse que la balanza de Chuy era exacta, justa, que daba los kilos de a kilo, pero me equivoque, también robaba (de ahí el nombre de la “robadora”).
60 o 70 kilos de chorizo se vendían como si nada –muchos fiados para la quincena–, ¡ah!, pero nunca falta un desconfiado (el Chuyito Rodríguez, eterno Jefe de Archivo del Ayuntamiento de La Paz) me encargo chorizo y cuando se le di la bolsa con el kilo de chorizo se le hizo “poquito” y lo fue a pesar al Servicentro, que en ese entonces se encontraba frente al Beauti Supply, y cuál sería su sorpresa que la bolsa de chorizo sólo peso 800 gramos; yo no sabía que la balanza del Chuy Montaño ya “robaba” 100 grs y yo todavía le quite otros 100 gramos, de manera que los kilos eran de 800 gramos; el Chuyito no tardó en hacerme “mala obra” propalando en todo el palacio municipal que yo vendía kilos de chorizo de 800 gramos; obviamente perdí gran parte de la clientela y hasta allí llegó mi carrera como porcicultor (criador de “cochis”); gran parte de los “cochis” los regale, otros me comí y los menos los vendí. ¡Qué tal!.
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