El Condeno o Conejo Viejo
En la rinconada de los cerros que colindan con el rancho de El Condeno o Conejo Viejo del profesor Rafael Carballo, es una de las zonas con mayor actividad cinegética y de apareamiento que conozco, la zona no tiene nada en especial excepto algunas cañadas y pequeños ancones enmontados; sí usted no es cazador y no tiene intuición u olfato de venadero, pasa por allí sin darse cuenta, es más ni siquiera voltea a ver el monte. Justo en esa rinconada no solo he visto apareamientos de venados sino que me he topado con crías de venados recién paridos, en una ocasión vi 12 crías y un par de apareamientos, los viejos cazadores saben de lo que estoy hablando; el “Chivichanga”, un ranchero que cuidaba el rancho a Rafael Carballo, “pilló” varias crías recién paridas.
Hace algunos años, justo en el mes de enero, decidimos ir “acampar” en esos cerros, los venados andaban corriendo (en brama) y más que tirarles queríamos soltar estrés y ver el cotejo -siempre se ha dicho que “aparean” corriendo, lo cual es un mito porque no es así, se “aparean” como cualquier animal-, éramos cuatro taimados cazadores que optamos por ir a dormir en la parte alta de los cerros donde nos echaríamos unos tragos de tequila reposado “botaneando” ostiones asados en las brasas, tal como ocurrió; esa tarde que salimos “acampar” y sobre la brecha tumbamos dos liebres y allí mismo le quitamos el cuero y los dentros para dejarlas en salmuera para otro día asarlas o freírlas con ajo y orégano, llevamos una arpilla (costal) de ostiones y tres bacocos grandes (pescados) para tenderlos sobre las brasas, tequila y demás bastimentos como verduras, tortillas, café molido, azúcar y cigarros, al estilo del Vítor.
Llegamos con el sol a medio chile donde levantamos el “paraje”, un limpio de varios metros a la redonda, en la parte alta (mesa) de uno de los cerros del Condeno, así que no tardamos en levantar el “paraje”, juntar leña, buena leña, bajar del carro los tendidos, el agua y los trastes para cocinar; lavamos las liebres y la dejamos enteras listas para asarla al día siguiente en un traste con salmuera y poquito vinagre, hicimos un atizadero con leña maciza (troncones) de uñas de gato, palo blanco y palo colorado y después de colar café nos pusimos a jugar malilla alternando con unos caballitos de tequila reposado, para eso de las 9 de la noche las brasas se pusieron al rojo vivo, sobre una parillas tendimos varios ostiones a asar, cuando se estaban asando era una tronadera, parecían balazos, los apeamos para que se enfriaran y a darle con limón y un chorrito de tequila, jamás en mi vida había comido ostiones tan sabrosos, los bacocos y las liebres quedaron para otro día, esa noche le dimos mate a media arpilla (Costal) de ostiones entre cuatro hartos cazadores.
Otro día, después de colar y tomar café a darle a la caminada, desde el principio tomamos la serena decisión de no tirarle a los venados, primero porque si tumbábamos un macho podía salir apestoso, andaban corriendo, y de las hembras ni hablar, llevábamos un solo rifle, un .243 con mira y 10 cartuchos útiles, el .243 se lo llevo el mejor tirador, yo agarre un varejón de palo de arco seco de apoyo para mover el zacate y ver que no hubiese víboras donde iba pisando, envolví en tortillas de harina dos burritos de queso oreado, una naranja, agua y una cajetilla nueva de cigarros y ¡fierros! pa‘ la caminada, subí uno de los cerros que estaban cerca del “paraje” simplemente para explorar la zona, encontré un “batidero” de “trilla” seguramente de esa misma noche no obstante que hay mucha piedra en la parte alta y poco monte, las piedras estaban movidas donde pegaban el arranque, ese día camine hasta las once de la mañana y a partir de allí busque una sombra para sentarme a fumar, me senté sobre el filo de una cuchilla entre un matorral de gobernadoras y matacoras viendo sobre el ancón, el monte aún estaba verde, en la tarde de un día anterior vimos muchos palos cornados, torotes y lomboyes, señal que los venados andaban corriendo (brama), me quedé viendo hacia la parte baja o plan del ancón cuando de pronto detecte un ligero movimiento entre el monte, era un venado y una venada “apareándose”, nada de correr, simplemente parados montados el macho sobre la hembra, años después me tocó observar las mismas escenas en otros lugares lo que ante mi puso punto final al viejo mito de que los venados se “aparean” corriendo.
Regrese al “paraje” como a la una de la tarde sin novedad, fui el primero en llegar, así que reviví el “atizadero” para asar las liebres y los bacocos, ese día desayunamos y comimos con muy buen apetito pasadas las tres de la tarde, hacía frio, no mucho porque en la rinconada se protege más del viento y de la brisa del pacifico, eso sí mucha neblina; ya en la tarde, levantamos el “campamento”, me traje la leña que había quedado, un bacoco y media arpilla (costal) de ostiones que los disfrute en mi casa como Dios manda. Hace tiempo que no recorro esa zona, zona que he caminado mucho, hoy poco salgo, primero por lo de la pandemia, después por algunas recaídas de salud y por falta de money (recursos), de manera que me reconfortó y disfruto recordando aquellos días que no volverán, aquellos días que pudo ser y no fue. ¡Échense ese trompo a la uña!.
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