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      ABCdario

      por Redacción
      19 junio, 2025
      en La Paz, Víctor Octavio
      ABCdario

      Por Víctor Octavio García

      ¡Qué tiempos aquellos!
      * El tío Julio y la piscada de algodón
      Publicado el 21 de noviembre de 2021

      Julio Castro, hermano mayor de mi mamá, nacido en Caduaño en 1900 y fallecido en Cabo San Lucas en 2006, era un tipo parco, huraño, de trabajo rudo, poseedor de un enorme corazón, casado con Teresa Miranda, mujer muy noble e ingenua, también de trabajo rudo, muy buena para cocinar, sobre todo para preparar caldos de gallina por la madrugada; eran buenos pobres, sin problemas se adaptaban a cualquier circunstancia; por temporadas el tío Julio se dedicaba a cortar madera -horcones de palo zorrillo, vara de palo de arco y hacer leña de madera seca-, ken ocasiones la hacía de huertero y cuando se presentaba la oportunidad, se iba de “bracero” (así les decían) con todo y familia al Valle de Santo Domingo a la pisca del algodón, donde le tocó hacer desmontes para abrir tierras para la agricultura, siempre en trabajos rudos y pesados “taloneándole” para la del “perro” (comida).
      Teresa, su esposa, igual, una mujer de lucha, esfuerzos y sacrificios; recuerdo que estando muy chico, acaso 6 u 8 años, la “palomilla” se ponían tremendas “pedas” (borracheras) que se amanecían -entre ellos mi papá y su entrañable compadre, Ricardo Marrón, quien a su vez era yerno de Teresa-. Durante las borracheras les daba hambre -3 o 4 de la mañana-, entonces no había botanas como ahora, ni Oxxos, y por una atractiva propina o una botella de tequila de por medio,
      convencían a Flavio Castro “Chilolo”-sobrino de Julio- quien era un “aguarrás” de marca, a que robara gallinas de los palo verdes donde dormían y se las llevaban a Teresa para que les prepara caldo; era tiro por viaje; el “Chilolo” conocía muy bien los palo verdes donde dormían las gallinas (cócoras y habadas) y con una técnica propia que desarrolló -rascándole las patas hasta que las gallina se le encaramaba en el brazo– se robó infinidad de gallinas para los caldos de los borrachos que Teresa preparaba con esmero y excelente sazón por la madrugada, en ocasiones acompañados con unas “liras” (guitarras) y uno que otro desentonado cantador.
      Cada año, cuando se venía la pisca de algodón, llegaban a Caduaño camiones de redilas de “enganchadores” (así les decían) provenientes del Valle de Santo Domingo en los que se llevaban familias completas a la pisca del algodón; levas en las que siempre se apuntaba Julio, Teresa y su familia. Ya en el Valle, Teresa agarraba “abonados” -trabajadores en la pisca del algodón- a quienes le daba comida que le pagaban cada semana. Julio, al igual que sus cuatro hijos, piscaban algodón mientras Teresa se quedaba en el “campamento” a preparar la comida (la del “perro”). Julio ya estaba grande, arriba de 50 años, cansado de las chingas que se había llevado en sus años mozos, así que rendía poco en la pisca del algodón, mientras sus hijos, jóvenes y vigorosos, hacían 120, 130 y hasta 150 kilos por jornada, el con dificultad completaba 35 o 40 kilos; tanto Julio como Teresa pecaban de ingenuidad y malicia y los “abonados” ya les tenían medido el “talante”, los hacían que se pelearan o hablaran de la gente a la hora de la comida, solo era cosa de moverles tantito para que se soltarán al “chongo”.
      Un día, varios de los “abonados” aconsejaron a Teresa que le preguntara a Julio cuántos kilos había hecho -rara vez pasaban de los 35 kilos- para ver que reacción tenía tío Julio; Teresa totalmente ajena a lo que tramaban los intrigosos “abonados”, un buen día durante la comida se decidió preguntarle cuántos kilos había hecho; Julio, parco y de poco hablar, solo pujaba cuando le preguntaba y sin ganas le respondía “y pa’ que quieres saber”; Teresa seguía insistiendo y Julio sólo pujaba sin hilar ni una palabra; Teresa se desesperó ante la negativa de Julio y por encima del vestido se agarró los elásticos de las pantaletas y del refajo y los comenzó a tronar al tiempo que le dijo, “mira jijuelachingada, me vas a pedir y no te gúa a dar”; Julio voltea hacía donde estaba Teresa, pega otro pujido y le grita ¡40 kilos!, y Teresa le responde envalentonada, “no que no me ibas a decir jijuelachingada”.
      En Caduaño vivían en una zona conocida como el “Palo Evan”, donde todos los días se daba cita la palomilla para hacerlos hablar o que se pelearan, lo cual caía en gracia porque lo hacía como si fuera de a de veras; en 1973, Julio trabajaba en los caminos vecinales -por cierto, muy bueno para el hacha- y Teresa, todos los días le llevaba “lonche” desde el “Palo Evan” hasta donde se encontraba trabajando en una lonchera -valga la redundancia- de tres compartimientos; en varias ocasiones, después de que Julio comía y desocupaba la lonchera -Teresa siempre lo esperaba- en un descuido le echaban víboras muertas o choyas para que a la hora de lavar los trastes Teresa echara madrazos, ¡y vaya que sabía aventárselos !; los sábados era un día especial, era día de pago, ese día le llevaban el mejor “lonche” de la semana y llegaba más temprano que de costumbre y se regresaba para su casa más tarde; el motivo, la llegada del pagador.
      Los sábados era día de pago, en ocasiones el pagador se le hacía tarde o llegaba después de la jornada de trabajo; ese día era crucial para Teresa, resistía irse antes de que llegará el pagador para asegurar la “raya” de Julio, pero al mismo tiempo tenía que ir a preparar la comida; cuando daban las doce del día o más, Teresa le decía a Julio, “ya me voy Julio”, y como hablaba fuerte todo mundo la escuchaba; esperaban a que Teresa emprendiera su salida para gritar desde donde andaban trabajando, ¡el pagador!, ¡el pagador!, ¡el pagador!, lo que obligaba a Teresa a regresarse y preguntar, como pretexto, “Julio, no se te ofrece nada”, Julio movía la cabeza negativamente pero Teresa se quedaba para ver si llegaba el pagador, lo que muchas veces eran vaciladas.
      Teresa Miranda, de quien guardo gratos e imperecederos recuerdos, era una mujer fuera de serie; mujer de trabajo rudo, ingenua, sin malicia y a la vez con una gran nobleza, mal hablada y picara, que no callaba ni sus pecados, por definición era una mujer sin secretos, eso sí con mucha gracia y simpatía, mientras el tío Julio era todo lo contrario, parco, introvertido, huraño, de escaso hablar que aprovechaba su tiempo libre fumándose un buen tabaco sin filtro alternándolo con un vaso de café recién colado; polos opuestos que a su modo y con las limitaciones que imponían aquellos tiempos de vacas flacas, fue un matrimonio muy feliz que formaron una familia de bien a su alrededor. Que Dios los tenga en su seno.
      Para cualquier comentario, duda o aclaración, diríjase a [email protected]

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      Redacción

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