San Isidro
“Amigo, quiero ir pa’ tu rancho, habrá manera que me prestes las llaves del zaguán, le avises a Tomas Hirales (ranchero) que voy el viernes para dormir allá y pegar una caminada el sábado, y si puede que me ensille un caballo” le dije a Ramón Fisher, perfecto me contesto, más al rato te llevo la llave y en este momento le marcaré a Tomas; hecho y dicho, un viernes después de la comida ¡Fierros! pa’ San Isidro, invité al Yayo Geraldo que desde hacía días andaba chingando con dar una caminada por la brecha de los “mezquititos” donde hemos tumbado muy buenos animales, una zona empotrerada donde nadie se mete, así que nadie los mueve; compre costillas cargadas, tortillas, algo de verdura, café, azúcar y para cenar esa misma noche unas tortas de spam en cemitas de “ancá” los Falcón con café. ¡Quihúbole!.
Llegamos a buena hora a San Isidro, Tomás nos estaba esperando, nos sirvió café y nos sentamos a platicar, recuerdo que llevaba la “pochita”, una vieja carabina Winchester 30/30 con cinco cartuchos útiles, frente de la casa del ranchero un amplio “limpio” que en las tardes se llena de liebres y chacuacas comiendo quelites y semillas de aceitilla y verdolagas, el solo hecho de ver aquellas escenas de la vida salvaje que se repiten en las mañanas y por las tardes pagan el viaje, como a las nueve de la noche preparamos las tortas de spam para sentarnos a disfrutar la noche estrellada y el canto de los grillos, clima templado, era en diciembre antes de que cayeran las “collas”, otro día muy temprano después de tomar café a darle a la caminada, no ensillaron el caballo porque ese día no bajo al agua, mala suerte, con las ganas que llevaba de montar, agarramos la brecha que empotra con la de los “mezquititos” para luego separamos; el Yayo “peinaría” la zona de los “mezquititos” mientas yo le daría por la vereda de la “difuntita”, zonas que hemos caminado infinidad de veces, el plan era a ver si tumbábamos un “hijuelachingada”, regresarnos al rancho a eso de la una o dos de la tarde para asar las costillas, nos fuimos sin desayunar, solo con el café.
Clima agradable, había una que otra pitahaya agria y cierguelas del monte, me lleve la “pochita” 30/30, le monte tres cartuchos en el cargador y dos en la bolsa del pantalón, cerrajeé la 30/30, le monté tiro en la recámara y le puse seguro, llevaba un mecate “liado” en los hombros y un cuchillo, no llevaba agua excepto cigarros y dulces de anís en la bolsa de la camisa, austero el bato para caminar, el Yayo Geraldo, según me confió después, llevaba agua, dos huevos cocidos y una tortilla de harina, mucho más precavido -o harto- que yo, disfruté mucho la caminada comiendo una que otra pitahaya agria, juntando cirguelas del monte en un paliacate (paño) y revisando cañadas y pequeños ancones, tomé la vereda que va a la “difuntita” cuando de pronto, por mera intuición, presentí un extraño movimiento entre el monte, 12 o 15 metros de donde estaba, era un caballo que andaba comiendo y se me quedo viendo de frente, confieso que me dio miedo, se prendieron mis sentidos en máxima alerta, descolgué la 30/30 que llevaba en la espalda, le quité el seguro y espere -la caza demanda paciencia, mucha paciencia, siempre hay que contar con un plan de defensiva y contra defensiva-; cuando joven de seis y siete años me tocó ver muchos caballos con rabia, imágenes que me impactaron mucho quedando grabadas fijamente en mi mente, el caballo andaba comiendo, era el que iba a montar y ese día no bajo al agua, ya que me cercioré bien seguí mi camino, más delante me senté en la sombra de un mezquite, recosté la 30/30 sobre el tronco y prendí un cigarro disfrutando al máximo mi hobby, oliendo la madera seca de pitahayas y los azares de San migueles y romerillos, a eso de las doce del día emprendí mi regreso al rancho revisando cañadas cortando cirguelas y pitahayas cuando de pronto, parado sobre las faldas de una loma vi un inusual movimiento entre el monte, era el caballo que había visto minutos antes que andaba comiendo, iba “correteando” un coyote, lo llevaba en chinga, solo se oía una “quebradera” de palos, me quede viendo aquellas escenas un par de segundos la veloz persecución disfrutando el día, comenzaba hacer hambre, las tripas me empezaban a “gruñir”, llegue al rancho poco antes de las dos de la tarde, a tiempo para prender la lumbre y asar las costillas, en ese rato que llegó el Yayo con un escándalo como los pájaros azules, según él le botó un hijuelachingada de 12 puntas sin darle tiempo de tirarle, lo siguió pero el animal iba de travesía -las típicas historias del Yayo-; asamos las costillas, preparamos salsa molcajeteada y frijoles de la olla y darle que no es mole de olla, en la tarde después de colar café emprendimos el regreso a esta ciudad con la enorme dicha de haber disfrutado lo que más me gusta, recorrer viejas veredas y atajos trazando mis columnas de la semana (entregas) en el borrador de mi cansada mente. ¡Qué tal!.
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