¡Aquellos días!
* Maúser .7 mm
Uno o dos años antes de morir, Franco Domínguez Verduzco me regaló un maúser .7 mm que había pertenecido a su papá, Tranquilino Domínguez, preciosa arma, un poco deteriorada por el paso del tiempo pero en buen estado, le mande dar una “manita de gato” que lo aceiteran, centraran la mira, ajustaran el armazón y lo pavonearan, cuando lo recogí era otro maúser, precioso, lo conservo como un regalo de un amigo muy apreciado, paisano y pariente, Franco Domínguez Verduzco, nunca he tirado con él porque me hice a la idea de no usarlo, bajita la mano o a ojo de buen cubero pesa no menos de 12 kilos, imagínense para andarlo “paleteando”.
El maúser es de patente española de los que utilizaron los franquistas durante la guerra civil española, tiene mira de escala, de esas armas que hay que disfrutar, le corte “juella” preguntando aquí y allá hasta que armé la historia del viejo maúser de Tranquilino Domínguez, dudo que en el estado exista otra arma como está no por su complejidad o sofisticamiento sino por la sencillez de su manejo y armado, no quiero presumir pero siento que el Yayo Geraldo hace una réplica idéntica sin mayor problema, eso sí no se sí “sean más las echadas que las que están poniendo”.
Este maúser fue el arma que acompañó a Tranquilino Domínguez la mayor parte de su vida como jinete y arriero, arriaba ganado en la sierra que embarcaban para el estado norte (BC) en punta Palmilla, en San José del Cabo, trabajo que realizo mi bisabuelo Ildefonso García Torres muchos años antes recorriendo las viejas veredas, atajos y portezuelos que caminaron los misioneros en la época de bonanza ganadera en el Distrito Sur de la Baja California en los tiempos de Manuel de Ocio y del florecimiento minero del Real de San Antonio, El Triunfo y El Rosario.
La historia desconocida del viejo maúser .7 mm, una de las muchas historias que tiene me la confió el propio Franco Domínguez una tarde que lo invite a casa de mi mamá a tomar café y comer tortillas de harina recién salidas del comal con queso; según Franco, allá por los años 40’s del siglo pasado, su papá y tres vaqueros más arriaban una manada de becerros dosañeros para embarcarlos en punta Palmilla con destino al estado norte, antes de caer en la parte plana, todavía en plena sierra, se apartó un becerro de la manada y agarró monte, Tranquilino lo siguió pensando que pronto lo lazaría, craso error, el becerro dosañero era maldito, mesteño, y agarró monte, Tranquilino era buen jinete y bueno para cortar “juellas”, así que lo siguió dos días con sus noches hasta que lo recuperó, pero muerto, he aquí el desenlace de esta entretenida historia; el experimentado vaquero arriando obligó que el becerro bajara a la parte plana (valle) y de allí cabrestearlo a prudente distancia, nunca pudo lazarlo, ya que se dio cuenta que era casi imposible “pillarlo”, optó por solucionar el problema al estilo de los Nazis, aplicarle la “solución final”, es decir matarlo en caliente, ya que bajó al valle (parte plana), siempre a prudente distancia porque el becerro no dejaba que se le acercarán, donde se le presentó la primera oportunidad le dispararía con el maúser 7. mm., hecho y dicho, cuando tuvo el becerro a una distancia de ochocientos metros se detuvo, le quitó la montura al caballo (desensilló), la dejó en el suelo para usarla de “mampuesto”, era bueno para disparar y buen vaquero, entre sus pares corría fama de tales destrezas y habilidades, ya que se dispuso hacer el disparo teniendo el becerro a la vista parado en un “limpio”, le montó cartucho al maúser, lo cerrajeó con la paciencia de un francotirador, se apartó de la montura un par de metros, agarró un puño de tierra, la dejó caer para ver en qué dirección soplaba el viento, tomó sus providencias calculándole la distancia en la que se encontraba el animal, levantó la escala y poco a poco la fue graduando a través del grano del maúser hasta que estuvo seguro que había quedado ajustada de acuerdo a la distancia que él creía que se encontraba el becerro perdiéndose el grano un punto negro que era el blanco y ¡palos! le jaló al gatillo, por encima de la escala vio cómo se desplomó el becerro quedando tendido en el suelo, agarró “aigre”, tomó su tiempo para ensillar el caballo, y ahora sí a recoger el becerro muerto, un disparo de precisión como los hace o hacía mi amigo, “Vidorria” Manríquez, un buen tiro como “Tiro loco”. Vayan estas modestas y sinceras líneas para recordar la memoria de dos sudcalifornianos ejemplares, padre e hijo, Tranquilino Domínguez y Franco Domínguez Verduzco, una familia muy querida y respetada en la comunidad de El Ranchito, sub delegación de Miraflores. Descansen en Paz.
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