A mi amigo Oscar Cota Olachea
(Publicada el 4 de marzo de 2019).
¡Los bitaches Vidorria, los bitaches!
Jorge Ochoa Castro, un viejo amigo que siempre nos acompaña en las venadeadas, y que normalmente se encarga de preparar la del “perro” (comida) en las “parajeadas”, tenía un terreno que quería fraccionar para venderlo en lotes ubicado sobre la salida de la brecha de Todos Santos al “Batequito”, donde se encuentra un rancho de Álvaro Cota Olachea, que en ese tiempo estaba sembrado de cocos (cocoteros), nada más que en el terreno de Ochoa había un carro abandonado –una vieja camioneta Ford 352, modelo 65, sin llantas, trasmisión, ni motor, que habían dejado abandona unos invasores que Jorge Ochoa y su familia años atrás se habían encargado de desalojarlos a punta de “chingazos”–, hacía estorbo y había que sacarla del terreno y tirarla; el terreno casi rústico de 5 hectáreas que años atrás fue una huerta productiva, todavía sobrevivían tres centenarias matas de frondosos mangos criollos.
Un domingo decidimos ir a jalar y tirar el cascaron de la vieja camioneta; nos llevamos un .22 Remington automático de diez tiros que tengo en mi poder desde hace más de 45 años, y un pedazo de carne para asarla sobre las sombras de los frondosos mangos; Jorge Ochoa Castro, Víctor Manuel Manríquez Riecke (Vidorria) y un servidor; a media mañana ¡fierros! pal terreno, en hora y media llegamos al fraccionamiento en ciernes de Jorge Ochoa, al fondo del terreno, entre un espeso chicural, una vieja guayin sin llantas montada sobre los rines, con los vidrios arriba y sin manigetas en las puertas; decidimos asar la carne antes de jalar y tirar la camioneta para regresarnos de acuerdo al plan trazado de venirnos “liebrando” por la brecha de La Matanza hasta salir en Los Inocentes.
Después de comer y esperar que nos hiciera digestión la carne asada, ¡manos a la obra!; para esto, habíamos llevado un mecate grueso como de quince metros para jalar el cascaron de la vieja camioneta, así que tuve que maniobrar para acercar el pick up a prudente distancia para jalar el carcaje de lo que había sido una flamante guayin Ford 352, modelo1965; amarramos el mecate sobre la defensa trasera de la camioneta y la defensa trasera del pick up y le pedimos al Vidorria que se subiera para que la maniobrara mientras la jalábamos, hasta allí la “logística” marchaba a la perfección; el Vidorria se subió a la camioneta, Ochoa y yo al pick up; la camioneta tenía el frente hacía el chicural, así que tuvimos que jalarla de reversa; no se como estuvo que en cuanto comencé a jalarla vi por el espejo retrovisor que el Vidorria pegaba violentos manotazos dentro de la camioneta; ¡que chingados trae el Vidorria, anda como loco!, le dije a Ochoa; los dos nos apiamos del pick up y corrimos para ver qué pasaba; mientras el Vidorria seguía golpeando desesperadamente el vidrio delantero de la puerta de la camioneta, y como la vieja camioneta ninguna puerta tenia manigetas por dentro ya sea para abrir las puertas o para bajar o subir los vidrios, el Vidorria andaba como loco; y es qué, en cuanto comenzamos a jalarla, el Vidorria al mover el espejo retrovisor para “espejear”, “testereó” un enorme panel de bitaches –grandes y colorados, como si fueran “jicotes”– y se le vinieron encima; no pudo abrir la puerta por dentro ni bajar el vidrio, mientras los bitaches cobraban sabrosa venganza ante la lesa humanidad del Vidorria; de ahí que al abrirle la puerta salió corriendo como tapón de sidra tirando manotazos pa’ todos lados como los malos boxeadores. ¡Que pasó! le preguntó Ochoa; “puta madre, me han dado una chinga los bitaches, y duelen más que la chingada”, respondió mientras se sobaba la cabeza, los cachetes, los brazos y el pescuezo con desesperación.
Esperamos un rato aque el Vidorria se estabilizara mientras quemábamos el panal de bitaches; como había que tensar el volante (lo único bueno que tenía la camioneta), quebramos los vidrios a pedradas para desalojar los bitaches; cuando sentimos que el Vidorria se veía mejor, más estable, le pedí que su subiera la pick up y que Ochoa “chofereara” la camioneta para que llevará firme el volante, de lo contrario, la dirección de la camioneta quedaba loca y la carrocería se atravesaba fácilmente; jalamos la vieja carrocería a lo largo de ocho kilómetros hasta llegar al basurero de La Matanza donde la “estacionamos” al pie de un cerro de escombros, y seguimos rumbo a los Inocentes.
En cuando nos subimos los tres a la cabina del pick up, el Vidorria se dio a la tarea de hacer un riguroso recuento de daños; ¡57 piquetes de bitaches en minuto y medio! que tardamos en abrirle la puerta de la camioneta; 57 ronchas en todo el cuerpo delataban el mal rato que pasó arriba de la vieja guayin; eso sí, toda la travesía de La Matanza a Los Inocentes se quejó amargamente de los piquetes de bitaches, de suerte que a cada rato le pedía a Ochoa que le tentará la cara porque creía que llevaba calentura; de la “liebrada” ninguno de los tres nos acordamos con los quejidos del Vidorria.
De regreso llegamos a Santa Rosa, al rancho del Dr. Alejandro “Titi” Carballo, con el fin que nos brindará café y nos regalará alguna pastilla para los punzantes dolores del Vidorria, pero no estaba, llegaría más tarde, así que le seguimos por la brecha del 35 hasta salir a la carretera: Después del sedicente ataque de bitaches que hicieron blanco en el Vidorria en un mes de mayo de hace ya varios años, sólo sobrevive entre nosotros el imperecedero recuerdo del grito de Ochoa; ¡los bitaches Vidorria, los bitaches!. ¡Qué tal!.
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