Claudia Sheinbaum ha tomado las riendas de la nación en un momento crítico ya que su llegada a la presidencia de México representa no sólo un acontecimiento histórico al ser la primera mujer en asumir este cargo, sino también una etapa fundamental en la evolución del proyecto político que ha marcado los últimos años: la Cuarta Transformación, y aunque la continuidad es evidente, desde su primer discurso Sheinbaum ha dejado claro que su estilo será distinto al de su predecesor, Andrés Manuel López Obrador.
Desde campaña, la Dra. Sheinbaum mostró su capacidad para balancear dos mundos que a menudo se consideran opuestos: lo técnico y lo social. Un equilibrio que se antoja necesario en una nación que enfrenta profundos desafíos estructurales, desde la desigualdad hasta la modernización tecnológica; ya que por un lado López Obrador fue, indudablemente, un presidente profundamente arraigado en las demandas sociales del país, impulsando una serie de programas destinados a combatir la pobreza y la marginación, sin embargo, la era Sheinbaum ya comienza a delinear un perfil que, aunque sigue esa senda, incorpora una visión más técnica, pragmática y, en muchos casos, orientada hacia la innovación.
El punto 34 del plan de gobierno destaca un enfoque ambicioso en la ciberseguridad y la soberanía tecnológica, buscando posicionar a México en la vanguardia del desarrollo local ya que no solo se trata de proteger datos o infraestructura crítica, sino de lanzar un Programa de Desarrollo Tecnológico para la Innovación, que incluye proyectos emblemáticos como la producción del auto eléctrico “Olinia”, el desarrollo de semiconductores, un satélite propio para ampliar la conectividad, y la creación de drones, software público y equipos de telecomunicaciones cifrados, todo diseñado y producido por talento mexicano.
El centro de ciberseguridad y la apuesta por la inteligencia artificial no son simplemente un guiño al futuro, son el presente de un país que ya no puede permitirse estar en la periferia tecnológica. Durante mucho tiempo, México ha sido un consumidor de tecnología, pero en este nuevo capítulo, Sheinbaum buscará convertir el país en productor y líder en el sector.
Pero no hay que engañarse: aunque Sheinbaum se enfoca en este tipo de temas, no olvida la esencia de la Cuarta Transformación, ni mucho menos las deudas históricas que el Estado tiene con los más desfavorecidos, su gobierno no solo continúa los programas sociales de López Obrador, sino que busca optimizarlos, hacerlos más eficientes y sostenibles a largo plazo y es aquí donde se revela su estilo particular, más técnico y menos retórico, pero igualmente comprometido con los sectores marginados del país.
El pragmatismo de Sheinbaum se nota en cada una de sus intervenciones públicas, donde sus palabras están cargadas de tecnicismo y planificación, lo anterior no significa que abandone las luchas sociales que la llevaron al poder, sino que las aborda desde una óptica distinta, quizás más estructurada.
En este sentido, su gobierno se perfila para ser un balance entre la continuidad y la innovación. La reingeniería de procesos para optimizar el uso de los recursos públicos no es solo un eslogan, sino una necesidad en un país que debe saldar cuentas con amplios sectores de la población. La inversión en tecnología y el desarrollo de infraestructura crítica no pueden desvincularse de la justicia social, y Sheinbaum parece comprender esto mejor que nadie, a través de la eficiencia, espera liberar los recursos necesarios para seguir ampliando la cobertura de programas sociales y atender las necesidades de aquellos que han sido olvidados durante décadas.
Aún es pronto para hacer un juicio definitivo sobre su mandato, pero los primeros pasos han mostrado un liderazgo que, aunque fiel a los principios de la 4T, se aventura en terrenos que López Obrador nunca exploró del todo, la apuesta por la tecnología no es menor, y si México logra consolidar esta soberanía digital, el país podría posicionarse como un actor clave en América Latina, tanto en el desarrollo de infraestructura como en la defensa de la información.
El análisis es claro, pero parece que no todos lo han terminado de comprender: Sheinbaum no es López Obrador, y eso es algo que muchos esperan que juegue a favor del país, no porque uno sea mejor que el otro, sino porque cada uno responde a momentos históricos distintos. Ella hereda un país que ha avanzado en términos de bienestar social, pero que necesita urgentemente mejorar su infraestructura y su competitividad global, el reto es grande, pero el rumbo está trazado: un México más autónomo, más innovador y, al mismo tiempo, más justo.
Hoy es claro que podemos soñar con un México donde la tecnología y la justicia social caminen de la mano.
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