Mis tiempos
* San Juan de Arriba
Pocas veces lo he visitado, de ahí que cuando conocí San Juan de Arriba por el solo hecho de estar lejos de todo y aislado me gustó, escuchar el paso del viento por los pronunciados cañones arrulla y reconforta, sobre el cauce seco y accidentado del arroyo palmas silvestres (palmillas) y varias matas de dátiles que aún dan frutos, y que algunos osados cazadores suelen “tumbar” a escopetazos, pensar que allí se ubicaba un próspero rancho hace apenas 60 años es como creer que existen unicornios en el rancho del “Prieto” Sosa, sobre un costado del arroyo, en la ribera del cauce del agua, un “limpio” que da cuenta donde se encontraba la casa, no hay vestigios de corrales excepto un pequeño “limpio” donde sembraban, el paso del tiempo ha sido despiadado y cruel, varias matas de dátiles en franco proceso de secarse, otras solo permanecen los troncos enraizados en la dura tierra que resisten dejar.
Hasta donde sé y me han comentado, es un lugar donde aún se pueden avistar borregos cimarrones, escuchar ocasionalmente el “llorido” de “liones” (pumas), y en las noches de luna llena los aullidos de los coyotes, especial para un lobo estepario como un servidor que disfruta la soledad, de ahí que para mis gustos es un precioso lugar, de difícil acceso que le dan esa autenticidad y misticismo que por años caracterizaron al legendario rancho sudcaliforniano, hace quince o dieciséis años cuando visite por vez primera el lugar fue de entrada por salida, simplemente pasar el día allá, asar unas chopas en la sombra de unos sauces y platicar una que otra mentira.
Años después un par de visitas más para quedar maravillado con San Juan de Arriba, tierra de sauces, juncos y dátiles, de noches escarpadas y aullar de coyotes, donde el sol solo aparece un par de horas en el día escondiéndose entre los imponentes cañones pincelados con franjas verdes por la fosforita y el color ocre de la tierra árida, ahí los contrastes cobran su majestuosidad milenaria que dan cuenta de la edad en que erigió del mar este brazo descarnado de la patria que hoy llamamos Baja California Sur.
Muchos años antes de que apareciera en el mapa y en las cartas cartográficas San Juan de la Costa, ya existía San Juan de Arriba, un punto perdido en la sierra de “Las Tarabillas”, justo donde inicia la sierra de “La Giganta”, la espina dorsal del estado, tierra de misticismos, leyendas y mitos desde los tiempos de fundación de las naciones guaycuras, así como la “punta del Mechudo”; la mítica leyenda del “Mechudo” que quedó atrapado en su larga cabellera después de maldecir a la virgen cuando le ofrendaron el placer (perla) jamás obtenido en estos mares al reino de Inglaterra, solía contársela a Francisco, “mi pequeño demonio” cuando iba a dormirse, no recuerdo cuántas veces se la conté, lo que sí es que fueron muchas, siempre me pedía que le contara la leyenda del “Mechudo” hasta de quedar dormido a un lado mío. ¡Qué tiempos aquellos!, ahora poco lo veo, y para verlo o platicar con él tengo que sacar cita. Mira pues.
El 21 de mayo de 2018 consignamos en este mismo espacio, una breve historia del lugar, he aquí lo que rescatamos de pláticas con “gente vieja” que conoció San Juan de Arriba, recuerdos que perduran como fiel testimonio de lo que fue un típico rancho sudcaliforniano asentado en la escarpada sierra de Las tarabillas. “se encuentra el rancho de “San Juan de arriba”, a la vera de un rico venero de agua dulce que da vida a un verde oasis enmontado de dátiles, juncos, carrizos, sauces, chicuras y siemprevivas; hace cincuenta años o más proveyó de vida ese magnánimo oasis con variadas siembras y cultivos de hortalizas, fríjol, maíz, habas, chícharo, mangos, guayaba, higos, cría de ganado y chivas, plantaciones de dátiles, así como fabricación de diversos trabajos de talabartería como cintos, reatas, guantes, zapatos, cueras, curtiduría de pieles, baquetillas, chaparreras, estribos, sin faltar los canastos tejido con hoja de palma, sombreros y los cabestros tejidos a mano con cerdas de caballo.
Hace unos años, en medio de una fuerte sequía, acampamos en ese lugar, muy cerca del ojo de agua y de los espigados sauces; en la noche, cuando jugábamos malilla, mientras se asaba lentamente un carnudo costillar, me platicaron la historia de la familia Orantes que muchos años atrás hizo próspero el rancho con el esfuerzo y trabajo de la familia; en ese tiempo transportaban la producción de dátiles pasados, queso, carne seca, verduras y todo tipo de granos desde San Juan de Arriba en lomo de bestia a San Juan de La Costa, y de ahí en canoas a remo hasta el Cajón de Los Reyes, lugar donde llegabas el camino de carro y de allí transportarlo en carretas hasta la casa Ruffo y a la suela Viosca que era su destino final.
En el área y sus alrededores se encuentran otros ojos de agua (oasis) no menos productivos como el Saucito, la Huertita y el Calaboz, que hace cincuenta años dieron vida a numerosas familias originarias de la zona; Orantes, Ruiz, Almaraz, Moreno y Sosa, quedando vestigios de ese pasado que forjó, desde esas áridas sierras, nuestra centenaria comunidad de sangre; es inimaginable pensar que en esos remotos lugares, hostiles e inhóspitos, de tierras curtidas por las sequías y montes devastados por falta de lluvias, pudiese haber vida; ¡y la hay!; increíble como un puñado de sudcalifornianos vencieron el desierto sin más herramientas que su voluntad, tenacidad, esfuerzo y trabajo.
San Juan de Arriba, conocido también como la “tinaja de Orantes”, en las estribaciones de la sierra de La Giganta, sigue siendo un agradable lugar donde hoy solo es visitado por “campeadores” ocasionales y uno que otro “venadero” que “parajean” en la zona; en tiempo de secas bajan al agua borregos cimarrones, venados, “liones” (pumas) y demás fauna silvestre, de su pasado glorioso solo quedan los recuerdos y la nostalgia de un pasado que no volverá; estoy invitado para los próximos días caminar la zona y andar el camino real que cruza la sierra de la Punta del Mechudo y de San Evaristo al Coyote para juntar saya y semillas de salla o saya y pencas de maguey para revivir lo que hace 70 años vivió el “Pilarillo” Almaraz, con la preparación de dulce de pencas de maguey, tortillas y café de saya o salla.
El mismo camino real que hace más de 100 años recorrió don Guillermo Almaraz Ortega y doña Tomasa Alvares, en su incansable lucha por la supervivencia; en 1944, don Guillermo Almaraz Ortega dejo su precaria forma de vida que había tenido en la sierra de Las Tarabillas siguiendo el mismo rol y practicando las mismas formas de caza y recolección que se conocieron doscientos años atrás cuando se formaron los primeros ranchos sudcalifornianos, para pescar tiburón y cultivar sal en San Evaristo, y poco después contratarse en la salina de la Isla San José como jornalero; en los cincuenta fue contratado por el escritor Fernando Jordán como “huertero”, con una paga quincenal de 15 pesos: Fernando Jordán cultivaba una pequeña huerta en San Juan de la Costa, regaba con un viejo motor Perkin que bombeaba agua de un pozo artesiano; a decir de los hijos de don Guillermo Almaraz, se cultivaba maíz, forraje para los puercos, camotes, calabazas, uvas, betabeles, repollos, zanahorias, habas, chícharo, frijol azufrado, frijol de urimón (algunos le dicen yurimón), higos, etc., producción que el escritor compartía con el General Agustín Olachea Avilés, quien lo apoyaba en sus incansables viajes de exploración por las costas y sierras sudcalifornianas.
En ese tiempo, doña Soledad Orantes, Celestino y Siriaco Orantes, en una canoa de don Nicolás Ruiz conocida como la “Tecolota”, hacían la travesía desde San Juan de la Costa a La Paz en día y medio a remo transportando mangos y uvas pasadas (pasas) que vendían por su propia cuenta sin necesidad de entregarlas en la casa Ruffo o en la suela Viosca, como era el caso de las pieles y trabajos de talabartería, época de fuertes sacrificios y de grandes satisfacciones que permitió que varias familias originarias sobrevivieran de los frutos de la tierra y del mar; hoy todos esos ranchos lucen abandonados, enredados en viejos litigios judiciales por la propiedad de la tierra. ¡Qué tal!.
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