¡Aquellos días!
* Seca
En memoria de mi abuelo Rafael Collins Collins (1910-1998).
En 1935, año que nació mi papá, mi abuelo llevaba 3 años batallando con una sequía que no se le veía final, ese año según me comentaba, decidieron arrear el ganado para la sierra donde aún había agua y algo de pastizales y follajes, en tres años habían acabado con todo en las partes bajas incluyendo cardón, biznagas, palo verdes, guamúchiles, palo blancos e incluso con el agua que quedaba retenida en las pozas de tepetates del arroyo, en la sierra todavía le podían hacer la lucha a las “garritas” (ganado) que les quedaban, cuando llegaron donde tenían un “cambiadero” conocido como San Bernardo, en lo profundo de la sierra, seguido salían a explorar los alrededores para ver cómo estaba el terreno y de paso, con suerte, agarrar un venado o un “cochi” mesteño, en la sierra todavía quedaba agua y follaje, de ahí que tenían que estar moviendo los “cambiaderos” a zonas donde había que darle a los animales, ordeñar y hacer uno que otro queso, el panorama que encontraron no era muy alentador pero comparado con el de las partes bajas era mucho mejor.
A varios kilómetros de San Bernardo, en plena sierra, encontraron ancones con pasto follaje pero sin agua cerca, el agua estaba retirada y de difícil acceso, arrear el ganado hasta los ancones y después llevarlos a tomar agua imponía grandes esfuerzos, así que antes de que moverse de San Bernardo los rancheros se acamparon días en los ancones en aras de abrirle paso al ganado para que bajara a tomar agua e improvisar pequeños corrales donde encerrar los becerros, eso les llevó tiempo abriendo atajos y veredas en lo intrincado de la sierra, comían una vez al día y cuando les iba bien, dos veces; frijol sancochado con tortillas, un pedazo de queso, en ocasiones café y más de las veces té de hierbas silvestres que encontraban en la sierra como “mata venado”, damiana, entre otras, fueron días muy difíciles de muchas limitaciones y carencias, el queso que hacían lo traían a Miraflores donde lo cambiaban (trueque) por fríjol, arroz, azúcar, harina y manteca, para ellos era más importante la comida que el dinero, amén que en ese tiempo de extrema pobreza, circulaba poco dinero, en más de las veces “cambiaban” el queso y carne seca por granos y café, de verdura y frutas ni hablar, solo que fueran de la estación.
Cuando “cambiaron” el ganado de San Bernardo a los ancones, echaron más de una semana en moverlo, había que improvisar dónde dejar el ganado en la noche para que no se les fuera, como conocían bien la sierra, sabían dónde había “portezuelos” donde encerraban el ganado protegido entre los desfiladeros de los acantilados, después de los ancones hicieron más “cambiaderos” a lo largo de siete apocalípticos años que duró la seca, de 1932 a 1939, el último año que pasaron en la sierra con los hatos muy diezmados de ganado, fue extremadamente difícil, en un cañón donde aún conservaba humedad cercaron poco menos de una hectárea de tierra con varas de vinorama para sembrar un par de calabazas, tomates, cebollas, elotes, camotes, chiles que aprovechaban para preparar la comida, en medio de grandes dificultades freían manteca de venados y “cochis” mesteños para guisar, ese año que debió de ver sido en 1939, los “aguajes” se secaron quedando apilados (muertos) zorrillos, coyotes, gatos monteses, ganado y venados, ver aquellos escenarios de muerte y devastación debió de ser terrible.
En 1940 cambiaron radicalmente las cosas, ese año llovió mucho, llegaron un par de “chubascos” que dejaron bastante agua en la sierra, las partes bajas volvieron a reverdecer con nuevos pastos y follajes, el ganado que había sobrevivido de la apocalíptica sequía que duró 7 años se reprodujo y se hizo de nuevo la vida. Gracias a estas luchas que hoy, de cara a los tiempos que vivimos, no cuentan, son las que forjaron lo que hoy somos, las que dieron vida a nuestra tricentenaria “comunidad de sangre”, a la inacaba estirpe del ranchero sudcaliforniano que la clase gobernante desprecia, desaíra en aras de imponernos desde la cima del poder ideologías de género y la cultura afromexicana, historias como esta y muchísimas más hay que replicarlas, darle vigencia, sentido de identidad y pertenencia porque en ellas está el verdadero orgullo de ser sudcaliforniano. ¡Viva BCS! ¡Viva BCS! ¡Viva BCS!.
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