¡Aquellos días!
* Hotel Rancho Las Cruces
A mi amigo, Conrado “Yayo” Geraldo, el mejor buzo que conozco en varias leguas a la redonda.
Tras la llegada inexorable del largo otoño me vienen recuerdos a la mente de mi adolescencia, de una adolescencia que teniendo poco fui feliz, yo diría que privilegiado por los padres que tuve y hermanas y hermanos y los tiempos en los que transcurrió mi adolescencia. En 1980-1981, con tres hijos peinando los 24 años, tenía dos tías y un tío (hermanos de mi mamá) ya fallecidos que trabajaban desde que se fundó hotel rancho Las Cruces de Abelardo L. Rodríguez, en verano, entre los meses julio y septiembre, se cerraba el hotel a los turistas y a los socios de Rodríguez que tenían casas, mansiones, eran dos meses que pasábamos en el hotel disfrutando la dolce vitta bañándonos en las piscinas privadas de Crosby y de otros conocidos actores de Hollywood, se quedaban varios trabajadores -en particular mis tías- a cuidar las casas de los multimillonarios hollywoodenses, los jardineros, los que limpiaban y pintaban el hotel, los que le daban mantenimiento a las plantas (diésel) que producían electricidad, los lancheros y el huertero entre otros, mi tío era quien viajaba casi a diario a La Paz para llevar comida para los trabajadores, refacciones y diésel para las plantas, así como gasolina para los carros del hotel, nosotros íbamos la familia completa a pasarnos días allá, solo veníamos a La Paz a llevar lo que hacía falta para la del “perro” (comida), una de mis tías cocinaba muy bien, tenían muy buen sazón, así que por comida no quedábamos, en las tarde nos íbamos a tirar piola al muelle donde fondeaban las lanchas, allí nos abastecíamos de pescado fresco cochitos, chopas, pargos, dorados, ocasionalmente langostas y cangrejos que mi tía cocinaba de distintas formas dándole un toque especial, recuerdo que había varias máquinas que hacían hielo (cubitos) en el hotel que siempre estaban trabajando, independientemente de que había grandes congeladoras donde guardaban la comida, en ocasiones llegaban pescadores “parajeados” cerca del hotel que iban al agua y a los mangos, llevaban pulpos, caguamas, pericos y otros pescados, también el ranchero de Rodríguez (Jerónimo Cota QEPD) que en ocasiones llegaba con una pulpa de res, puerco o venado, así que siempre había buen bastimento, rastrillábamos en la huerta mangos, zapotes, granadas, ciruelas, guayabas, guanábanas y lo que había, recuerdo que en las tardes con un viejo rifle Winchester automático de 10 tiros, agarraba verederas de ganado que bordeaban el arroyo hasta el pie de la sierra, ya para entrar a un cañón disfrutando el olor de los romerillos y el azar de los palo blancos a cazar liebres, palomas y chacuacas, varias veces me topé con nidos de chacuacas que los preparaban muy sabroso, de manera que no había tiempo para enfadarse, todo era disfrute.
Una tarde, una tarde de tantas, fuimos al muelle a tirarle piola a los cochitos, el agua estaba calma, parecía espejo, de vez en cuando aparecían los machetes de los gavilanes que saltaban del agua, un espectáculo para mi novedoso, ver aquellos enormes animales elevarse sobre la superficie del agua como planeadores era algo especial, siempre sacábamos cochitos o algún pargo, una tarde estando en el muelle con las piolas tendidas de pronto vimos cómo que “encabrillada” el agua y cuya inestabilidad en el agua se dirigía al muelle de mampostería donde estábamos tirando piola, el muelle hacía una especie de herradura donde fondeaban las lanchas, de pronto empezaron a saltar pescados a la orilla, era una mancha de pescados, corrimos a la orilla para “pillarlos”, siempre logramos juntas con las manos 52 dorados de un peso de 10 o 12 kilos de cada uno, varios entre brinco y brinco regresaron a el agua, ese día sin proponernos tuvimos el mejor día de pesca en el muelle; congelamos varios en filete, otros los prepararon en ceviche, fritos, en escabeche, empanizados, estofados y los demás los regalaron a los que nos visitaban, todos los días llegaban visitas. Tuve la fortuna varios años, en verano, de disfrutar el hotel y sus frutos, la familiaridad de sus trabajadores en el seno de una sana convivencia, años después cambio de administración el hotel, más no de dueño, imponiéndose nuevas reglas; sobre la brecha pusieron puertas y plumas con candados que impedían el paso al hotel sin autorización previa, el hotel sigue trabajando con una nueva plantilla de trabajadores, los viejos trabajadores que conocí ya murieron como se acabaron esos tiempos de la dolce vitta. ¡Qué tal!.
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