* Chilicotes
A inicios de los 90’s, tiro por viaje salíamos todos los fines de fines de semana a “parajear”, y en ocasiones entre semana, más de las veces a tirar wueba y estrés, ya si se atravesaba un “hijuelachingada” (venado) estaría de Dios; los viernes después de la comida ¡fierros! para regresar los domingos por la tarde-noche, en ese tiempo mi salud era buena, disfrutaba mucho las “parajeadas” en el monte aunque en ocasiones pasábamos hambre e incomodidades, recuerdo que cada vez que salía me decía mi abuela “como te gusta la mala vida”, y era absolutamente cierto, dejaba las comodidades de la ciudad de bañarme con regadera, dormir con aire acondicionado, comer a la hora, taparme con buenas cobijas etc., a tener que sufrir fríos y calores, pasar hambre, desafiar infinidad de peligros e incluso padecer miedos, ni modo así soy, puede más mi espíritu de contradicción que mi sosiego.
En una de esas salidas planeamos “parajear” en las partes altas de las “testeras del chivato”, zona de lomas, pequeños cerros, cañadas y ancones donde se meten muy buenos venados, el equipo normalmente lo integrábamos Manuel “Meño” Meza González QEP, Toño Martínez, Víctor Manríquez “Vidorria”, José Martínez, apodado la “mulita del diablo” y yo, Manuel Meza era muy bueno para cocinar y cazar, nomás que no sabía hacer tortillas ni empanadas, el que hacía tortillas de harina y de maíz y era bueno para hacer empanadas era José Martínez, muy mal cazador, fumaba mucho, siempre andaba tosiendo, los verdaderos cazadores eran Toño Martínez y Manuel Meza, Victor Manríquez y yo puro alborotó y escandalo como los pájaros azules.
En mi casa me daban todos los sartenes viejos que se “pegaban”, así que tenía el kit completo para cocinar incluyendo una olla de barro especialmente para poner los frijoles, jarra, calentadora de agua y talega para colar el café, cucharas, tenedores, cuchillos, comal, etc., todo lo indispensable, independientemente de que siempre asegurábamos la del “perro” comida con todos sus ingredientes, ese día que salimos a “parajear” en las “testeras del chivato” íbamos con la idea de que José Martínez, la “mulita del diablo” hiciera empanadas de venado, así que llevamos chile colorado y aceitunas; cuando pasamos por José no encontramos con la novedad de que no estaba en su casa, andaba con Higinio pal Conejo en los ostiones, Higinio era muy bueno para sacar ostiones y a eso se dedicaba, un tipo de gestos duros, hosco, pero muy buena persona, se parecía mucho a Charles Bronson, así lo tuteaba yo como Charles Bronson, así que no hubo de otra que irnos sin José y sin esperanzas de comer empanadas, en anteriores ocasiones nos había preparado con la carne que llevan en la falda de los costillas, carne con muchos nervios y pellejos que preparaba como picadillo con chile colorado, le quedaban para chuparse los dedos.
Llegamos temprano al lugar donde “parajearíamos”, juntamos leña, bajamos todo del carro y nos instalamos debajo de una loma amarrada de los brazos de un cirguelo, esa tarde salimos a “peinar” la zona -reconocer el terreno, dicen los cazadores-, recuerdo que en mi casa jugaban mucho lotería y me habían encargado “chilicotes” (colorines le dicen algunos), cuando salí me topé con un frondoso palo cargado de “chilicotes”, corté varios ejotes y allí mismo los desgrane hasta juntar más de un kilo, los envolví en un paliacate (paño) y los traje pal “paraje”, los eche en una bolsa y los dejé arriba de una mesa, ese día se nos había olvidado la lámpara Coleman con la que nos “alumbrábamos”, así que tuvimos que echar mano de un foco de los cuartos del carro que traía en la guantera que en repetidas ocasiones nos había sacado de apuros conectándola en los cables de la batería, al oscurecer nos pusimos a jugar malilla, partimos medio corazón de queso y lo pusimos en un plato junto con aceitunas curadas con salsa soya, limón y salsa huichol de botanas, descorchamos un pomo (litro) de tequila cazadores reposado que me había regalado Ángel César Mendoza Arámburo y darle a la malillada, a media jugada entre renuncias y “capotes” a Manuel Meza le dio por poner frijoles, el “atizadero” lo armamos un poco retirado de donde dormiríamos y el foco lo teníamos donde estábamos jugando, así que no se veía la olla excepto por la luz del “atizadero”, cada vez que nos levantábamos a “mear” le arrimábamos más leña a los frijoles, Manuel había puesto a un lado de la olla de los frijoles agua en un vaso de peltre para cebarle agua caliente para que no se pasmaran, a cada rato le echaba más agua y ponía a calentar, así estuvimos como hasta las once la noche, antes de acostarnos Manuel revisó por última vez y se le hicieron duros, todavía no reventaban para ponerle sal, me preguntó dónde los había comparado y le dije que en el mercado Olachea, que era frijol nuevo, pinto, cultivado en Las Pocitas, “puta madre que duros están” me replicó, y dijo “con el puro rescoldo de las brasas se van ablandar los jijosdelachingada y nos acostamos.
Al día siguiente antes de colar el café checó los frijoles y no se habían cocido, me dijo, “que raros están, parecen de dos colores”, y cómo cabrones no iban a estar raros, en lugar de poner los frijoles puso los chilicotes, en la noche, a oscuras, no se dio cuenta que diablos había puesto, esa “parajeada” la bautizamos como la de “los chilicotes”. ¡Qué tal!.
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