¡Aquellos días!
* La venada “orra”
Hace ya algunos años, lo recuerdo como si hubiese sido ayer, salí a buscar un “hijuelachingada” (venado) en la zona del Conejo-Flor de Malva donde estábamos acampados varios cazadores de medio pelo (furtivos), fiel a mi costumbre agarré monte solo y mi alma, con la 30/30 colgada en los hombros, un mecate liado en la cintura ¿cuál cintura?, cuchillo y suficientes cigarros, no llevaba agua, salvo el café de en la mañana, era un día con sol, sin frio en el mes de enero, desde que entré al monte me gusto la zona y sobre todo el día por el clima que reinaba, tampoco corría viento, lo que aumentaban las probabilidades de ver y tirarle a un “hijuelachinga”, en el “paraje” había programada una buena comida para ese día; caguama en el carapacho, recuerdo que era un animalito de la “prietas” de 20 o 25 kilos, suficientes para cuatro golosos cazadores, cuando salí había pensado llevarme una o dos tortillas de harina en la bolsa de la camisa, al final desistí, quería regresar al “paraje” con hambre.
Zona de extensas lomas, más bien terreno plano, una que otra cañada poco pronunciada, en ese tiempo podía caminar largos trechos sin cansarme ni “bofearme”, así que le di rienda suelta a la caminada deteniéndome en las orillas de las cañadas y “husmeando” en un que otro ancón, cortando alguna desbalaga cirguela del monte o pitahaya agria que habían sobrevivido a la zafra (cortes) de noviembre y diciembre, así más que la “venadea” iba disfrutando el paisaje, el inconfundible olor a madera seca mojada por el sereno de la madrugada, respirando ricos olores mezclados de tierra mojada, San Migueles, brotes de torote, quelites y estafiates, precioso día, gusto que nadie, absolutamente nadie me va a regatear.
Siempre que camino cualquier cosa, aparentemente insignificante, me llama la atención, me detengo y me pongo a observar, en ocasiones a sacarle la raíz cuadra a la trivialidad como el filósofo Güemes, disciplina que me ha permitido ver más allá de la punta de mi nariz, iba caminando tan en lo mío que enfrente de mí, a menos de cincuenta metros, estaba parada una venada que le brillaban los lomos de gorda, orejeaba de vez en cuando pero no alcanzaba a “olfatearme”, de ahí su mustia y destrezada actitud, cuando la vi, ora sí que por meros reflejos, no le “tendí” la 30/30 de inmediato, espere un rato -segundos- para ver si veía la cría, la 30/30 llevaba tiro montado en la recámara, así que era solo cuestión de “tumbarle” el seguro y ¡Palos!, no vi cría -creo que era venada “orra”, de esas que no paren- cuando se escuchó un “pajuelazo” cerca de donde andaba, la venada pegó la estampida y no volví a verla, donde iba “botando” entre las copas de las matacoras y barba de gallo le solté dos “chingazos”, ora sí “pa’ que no se juera de okis”, los disparos fueron balas perdidas; queme 50 pesos a lo pendejo, en ese tiempo cada tiro costaba más o menos cincuenta pesos. ¡Quihúbole!
Más delante, en un ancón escasamente enmontado, me senté a observar un gracioso tejón que traía a raya a un coyote, cerca del tronco de un frondoso cardón tenía su madriguera, éste salió y el coyote que lo estaba cazando seguramente creyó que ese día iba a comer tiernito ¡craso error!, el tejón lo traía “asoleado” en un trecho de no más de 10 metros a la redonda convertido en campo minado para el astuto coyote, ver aquellas escenas de auténtica supervivencia, y la “venada orra” que se me fue teniéndola casi en el grano de la 30/30, me hicieron el día, ya de allí pal real fue de guardar en el disco duro de mi mente esos dos acontecimientos, sin ser momentos estelares que me hagan recordar una “gran epopeya”, al final del día resultaron ser dos hechos triviales como la vida misma, irrepetibles si se quiere, pero extraordinarios para mi solaz esparcimiento.
Pasada de la una de la tarde llegue al “paraje” atraído por un rico olor que salía de una olla tiznada, uno de los cazadores se había quedado en el “paraje” para preparar el “animalito” como Dios los manda; esa tarde se escribiría otra historia en el “paraje” entre anécdotas, jugadas de malilla, chascarrillos y copiosas mentiras “venaderas”, otro día no salí, al estilo viejo me quede en el “paraje” haciéndome pendejo donde asamos una arpilla de ostiones y tres preciosos bacocos (pescados) con sus respectiva salsa molcajeteada y tortillas de harina recalentadas, no agarramos nada, nada de nada, eso sí convivimos dos días inolvidables con la buena muchachada. ¡Qué tal!.
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