Vaqueros
Hace un par de meses me compartieron este relato de don Antonio Beltrán, mejor conocido como “El Quemado”, viejo ranchero que trabajó para los Ruises en la ex hacienda de Los Dolores: Don Antonio Beltrán era padrino del viejo patriarca de Los Llanos de Kakiwui, Porfirio Amador, hombre curtido en el duro trabajo del rancho, en ocasiones de huertero, otras ordeñando reses y más de las veces “campeando” ganado, por definición era y fue un vaquero como aún existen en esa zona, cada vez menos pero los hay, en lo personal conozco varios a quienes admiro por sus destrezas.
Despuntaba 1960 cuando don Antonio, como de costumbre, ensilló el caballo que lo llevaría de Los Burros a “peinar” la mítica zona de Umi, los Melados, San Francisco hasta el Choyal donde campearía un torete cuatroañero que le habían encargado, él vivía en el campo pesquero Los Burros, y de allí se trasladaba a Los Dolores a desempeñar su trabajo de ranchero, huertero y lo que se ofreciera, ora sí que como decía irónicamente mi amigo Carlos Rondero, “primero pasas por los burros y después llegas a los dolores”.
Porfirio Amador, su ahijado, fue el confidente con quien compartió lo le que ocurrió en esa ocasión en esa recordada “campeada”, salió a las 4 de la mañana de Los Burros con un par de burritos de tortillas de harina con queso y una cantimplora de agua, era en tiempo de secas, pensaba regresarse ese mismo día, e incluso si se le hacía tarde regresaría en la noche porque otro día tenía que regar la huerta en Los Dolores, confiaba en la suerte de que temprano “pillaría” el torete, lo dejaría “atrincado” en el monte y después lo cabrestearía a Los Dolores, impuesto a dormir donde se le hacía de noche, cabalgar toda la noche o pasar largas jornadas sin comer y sin tomar agua, total, “campear” otro torete no le quitaba el sueño; conocedor de la zona, decidió apostarse en la orilla de un ojo de agua que conforma una poza de agua dulce en el rancho San Francisco, hoy abandonado, porque sabía que allí bajaría el torete a tomar agua, tal como ocurrió, al mediodía lo divisó y a corretearlo entre el monte, al fin buen vaquero, no tardó en lanzarlo, batalló para “atrincarlo” en un palo fierro, el torete no conocía de mecates, medio mesteño, con un peso bruto de más de cuatrocientos kilos, así que no fue nada fácil para un vaquero solo lidiar con él, un par de horas cabestreándolo pronto lo cansó, no obstante que traía una buena bestia impuesta a la “campeada”, cada vez que el torete la embestía el caballo la esquivaba entre los palos, ya oscureciendo logro “atrincarlo”, se sentía muy cansado; la larga espera, lidiar un par de horas con el animal, sin comer ni tomar agua en todo el día y los rayos de sol cayendo como plomo lo agotaron, ya si n fuerzas decidió quedarse a dormir en el monte; desensilló el caballo usando la montura de almohada, amarró el caballo en una zona donde había algo de pasto, a esa hora comió y se dispuso a descansar; puso la montura en el tronco de un frondoso palo fierro y a darle rienda suelta a los ronquidos, no hizo fogata ni llevaba foco de mano en una noche como boca de lobo, oscura, de vez en cuando, allá a lo lejos oía relinchar el caballo, no le dio mayor importancia, el cansancio era tal que durmió toda la noche.
Al día siguiente, cuanto comenzó aclarar fue cuando se dio cuenta que gran parte de la noche tuvo compañía; un “lion” (puma) que estuvo al acecho sin que lo atacará porque estaba protegido en el tronco de la uña de gato durmiendo boca arriba, la trilla que dejo con la cola, las huellas del “lion” y el forcejeo del caballo que por fortuna no corto el mecate, fueron evidencias más que suficientes de que esa noche no durmió solo; de acuerdo a mi confidente, incontables anécdotas como está tuvo en su haber don Antonio Beltrán, el “Quemado”, QEPD, que solo él las registró, está en especial quedó documentada en la mente de su ahijado, Porfirio Amador, a quien se la compartió.
En mis estancias en Los Llanos de Kakiwui y en toda la zona platicó mucho con los rancheros, algunos muy buenos vaqueros, según me han confiado ninguno de ellos ha visto un “lion”, huellas si, algunos “pajarean” en el monte cuando se les hace tarde y duermen donde se les oscurece, pero a diferencia de don Antonio Beltrán, el “Quemado”, encienden fogatas y van prevenidos; desde llevar “lonche” y agua suficiente, tendidos, armas, focos y por supuesto arman “atizaderos”, normalmente van tres o más, nunca uno solo.
Muchas historias como esta están por contarse, historias no contadas que han forjado al vaquero sudcaliforniano en el seno de su tricentenaria comunidad de sangre; historias que dan cuenta cómo han vencido el desierto cosechando frutos de la árida y reseca tierra, tan mítica como las Sergas de Esplandián”, de ahí que mientras tenga fuerzas seguiré compartiendo con ustedes estas narrativas como una forma de honrar a nuestros rancheros, al auténtico ranchero sudcaliforniano. ¡Qué tal!
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